El sol iba a morir. Un rojo lampo de su luz, como un luengo hilo de seda, se enredaba en los árboles del campo y sangraba en la frente del aeda.
Y a las doce menos cuarto, desde allá arriba, desde el chalet de techo
rojo, se desprenderán hacia el bananal su mujer y sus dos hijos, a buscarlo para almorzar.
Horacio Quiroga
Frente a cada una de las luces de la acera, las zanahorias se iluminaban de rojo, los nabos se iluminaban de blanco, las coles se iluminaban de verde, y pasaban, uno tras otro, estos coches rojos; de un rojo de fuego, blancos, de un blanco de plata, verdes, de un verde esmeralda.
Es la calma del mediodía; pero deben ser las doce. Por entre los bananos, allá arriba, el hombre ve desde el duro suelo el techo
rojo de su casa.
Horacio Quiroga
El hombre se desplomó sobre el pecho, recuperó el equilibrio furiosamente, hizo caer redondo al niño como hubiera podido hacerlo un potrillo salvaje y después volvió hacia él un rostro al que le faltaba la mandíbula inferior; de los dientes superiores a la garganta, se abría un gran hueco rojo franqueado de pedazos de carne colgante y de esquirlas de hueso.
Pero lo que descendió luego del tren, cuyos frenos al
rojo habíanlo detenido junto a los paragolpes del desvío; lo que fue arrancado a la fuerza de la locomotora, entre horribles maullidos y debatiéndose como una bestia, eso no fue por el resto de sus días sino un pingajo de manicomio.
Horacio Quiroga
Todo parecía dormir a la luminosa caricia de la luna, cuando escalando ágil la cañada se destacó a espaldas del lagar la silueta garrida de Toño el de Carambuco, un zagal de no más de veinte años, fuerte, elástico, cenceño, de semblante atezado, de ojos de fiero y franco mirar, de labios gruesos y de pelo bravío; pantalón de pana, rojo ceñidor, recios zapatones de baqueta, blanca camisa, amplio pañuelo azul a guisa de corbata; al hombro, la chaqueta de paño burdo, y en la mano, la indispensable escopeta.
Las pompas temblaban y flotaban, presentando bellísimos y cambiantes colores, que iban del amarillo al
rojo, del lila al azul, adquiriendo luego un tono verde como hoja del bosque cuando el sol brilla a su través.
Hans Christian Andersen
Cuenta la leyenda que anida en Arabia, y que cada cien años se da la muerte abrasándose en su propio nido; y que del
rojo huevo sale una nueva ave Fénix, la única en el mundo.
Hans Christian Andersen
Iba en el carro de Thespis en forma de cuervo parlanchín, agitando las alas pintadas de negro; el arpa del cantor de Islandia era pulsada por el
rojo pico sonoro del cisne; posada sobre el hombro de Shakespeare, adoptaba la figura del cuervo de Odin y le susurraba al oído: ¡Inmortalidad!
Hans Christian Andersen
Son símbolos de la patria la bandera de tres franjas verticales con los colores rojo, blanco y rojo, y el escudo y el himno nacional establecidos por ley.
Había ido creciendo a lo largo del tiempo, a costa de horas, bajo fuertes jaquecas, pero también como fruto de claras noches, es decir, de bailes cortesanos. Emilia había asistido ya al primer baile; su madre llevaba un vestido
rojo brillante, con encajes negros: traje español.
Hans Christian Andersen