Con un poco de sol, de cielo y de nube, de hontanar y de sed, de tormenta y de ribera, con el quicio de una puerta o el marco de una ventana donde asomarse, sobre todo con un poco de amoroso incendio y de fiebre hacia Dios, elabora sus canciones.
Por espacio de unos segundos todos los hombres reunidos en la granja de Gardner contuvieron el aliento. Luego, una nube más oscura que las demás veló la luna, y la silueta de las agitadas ramas se disipó momentáneamente.
Bella matrona, por la edad no ajada, aun muestra cuánto fué su edad primera en gracia y hermosura aventajada: aún brilla en sus miradas, hechicera, la luz de la pasión, y aun a despecho del pesar que la acosa, tiñen su bello rostro peregrino, y sus torneados hombros y alto pecho, el color del jazmín y de la rosa, que envidia dieran al pincel de Urbino. Hermosa, sí, se ostenta todavía a pesar de la nube que encapota su frente melancólica y sombría.
la noche azul serena Me dice desde lejos: «TU DIOS SE ESCONDE ALLI.» Pero la noche oscura, la de nublados llena, Me dice mas pujante «TU DIOS SE ACERCA Á TI.» Te acercas, sí; conozco las orlas de tu manto En esa ardiente nube con que ceñido estás; El resplandor conozco de tu semblante santo Cuando al cruzar el éter relampagueando vas.
De la chicharra el chirrido allá a lo lejos se escucha, que la tormenta vecina con áspero canto anuncia: y el eco sordo y lejano del trueno, que en las alturas de nube en nube se arrastra, de nube en nube retumba.
Y como la vieja se lanzase fuera del excave para replicar furiosa, se oyó un estrépito sordo, apagado; se alzó una
nube de polvo rojo, y en seguida, un silencio siniestro, interrumpido por el rodar de los últimos terrones que caían de lo alto.
Emilia Pardo Bazán
A esa hora temprana, el confín, ofuscante de luz a mediodía, adquiría reposada nitidez. No había una nube ni un soplo de viento. Bajo la calma del cielo plateado el campo emanaba tónica frescura que traía al alma pensativa, ante la certeza de otro día de seca, melancolías de mejor compensado trabajo.
Y tú, mi dulce amiga, cuyo hermoso corazón es el ara del amor conyugal y la ternura, que por seguir y consolar tu esposo, en tabla mal segura osaste hollar con varonil denuedo mares por sus naufragios tan famosas, y cortes más que mares procelosas; tú, que aun en medio del dolor serena, viste abrirse a tus pies la tumba oscura, ni asomada a su abismo te espantaste, y ansiedad, y amargura, en los pesares sólo, mal merecidos, de Risel mostraste, o cuando el tierno pecho te asaltaba dulce memoria de tu patria ausente; ¡oh!, entonces no sabías que al volver a tu patria y tus amigos en premio el cielo a tu virtud guardaba lo que negó a diez años de deseos, y que madre a tu madre abrazarías. Gózate para siempre, amiga mía; huyó la nube en tempestad preñada...
Luego había llegado aquella blanca nube meridional, se había producido aquella cadena de explosiones en el aire y aquella columna de humo en el valle.
¡Oh, cuan llorada! Hasta aquella última hora cernió se sobre tu casa una nube de profunda pena y devota tristeza. Charmion.-Y esa última hora...
—No quería nombrarla viniendo en aventura con el Rey. Una nube de tristeza pasó por los ojos de la madre: —No la tengo aquí... Está en un convento.
Yo lo miraba. Entre una nube de melancolía su corazón como bullente lava a través de su pecho se encendía. Su frente era muy blanca, su mejilla honda, muy honda; sus cabellos canos; de ébano y oro -excelsa maravilla- columpiaba una cítara en sus manos.