Y viniendo él con la cruz y agua bendita, después de haber sobre él cantado, el señor mi amo, puestas las manos al cielo y los ojos que casi nada se le parecía sino un poco de blanco, comienza una oración no menos larga que devota, con la cual hizo llorar a toda la gente como suelen hazer en los sermones de Pasión, de predicador y auditorio devoto, suplicando a Nuestro Señor, pues no quería la muerte del pecador, sino su vida y arrepentimiento, que aquel encaminado por el demonio y persuadido de la muerte y pecado, le quisiese perdonar y dar vida y salud, para que se arrepintiese y confesase sus pecados.
Podía verla claramente a través del cristal, e intentó con ahínco trepar por una de las patas de la mesa, pero era demasiado resbaladiza. Y cuando se cansó de intentarlo, la pobre niña se sentó en el suelo y se echó a llorar.
-exclamó usted con una voz que me llegó al alma-: en nada tiene usted que pensar por ahora más que en
llorar y en pedir a Dios por su madre...
Pedro Antonio de Alarcón
María Vicenta se echó al suelo, pegó el rostro al de su hijo y así permaneció un rato largo, sin
llorar, sin moverse, cual si se hubiese dormido.
Emilia Pardo Bazán
Sus brazos se rindieron cansados, y yo levanté la cabeza. Encontré sus ojos un instante, un solo instante, antes que Enid se doblegara a
llorar sobre sus propias rodillas.
Horacio Quiroga
-añadió Angustias, que había oído toda la conversación desde la puerta de la sala. Doña Teresa se echó también a
llorar, al verse tan aplaudida y celebrada.
Pedro Antonio de Alarcón
Le dirigió una mirada tierna y grave, respiró profundamente y expiró; se habría dicho que dormía. Juan se echó a
llorar; ya nadie le quedaba en la Tierra, ni padre ni madre, hermano ni hermana.
Hans Christian Andersen
- dijo Alicia-. ¡Una niña tan grande como tú (ahora sí que podía decirlo) y ponerse a llorar de este modo! ¡Para inmediatamente!
¡Niños a mí! ¡Yo bregar con muñecos! ¡Yo oírlos
llorar! ¡Yo temer a todas horas que estén malos, que se mueran, que se los lleve el aire!
Pedro Antonio de Alarcón
¡Sustancia del ideal, sensación de la dicha, y que solamente es posible recordar y
llorar, cuando lo que se posee bajo los labios y se estrecha en los brazos no es más que el espectro de un amor!
Horacio Quiroga
-Dígamelo usté a mí, que cuando me pongo a pensar en lo que he sío me jincho, pero que me jincho de llorar, y crea usté que no son solamente los años, sino que tamién son las penas las que más nos desfiguran el perfil, porque yo no estaré en capullo, pero tampoco me he tuteao con Matusalén, porque yo, pa la Encarnación, Dios mediante, cumpliré los cuarenta y nueve...
Te pareces a mí el día de mi boda. ¡Llora, llora, Emilia querida! -Sí, habré de
llorar -replicó la muchacha- si tú y papá no decís que sí. -¡Hija!
Hans Christian Andersen