-Y qué, se lo regaló u no se lo regaló, por fin, el Galafate? -Se lo quiso regalar, pero ella no lo quiso recibir - exclamó con orgullosa expresión de triunfo el Cayetano.
-Es que manque me lo hubieras tú pedio, yo no te hubiera dao aquel día los parneses, pero ahora que estoy ya enterao de que esa chavalilla ha preferío tu ramo de flores y tu anillo al mantón que el otro le quería regalar, ahora es cuando tengo yo la mar de gusto en que le regales tú este otro mantón que era el mejor que tenía mi mujer, que en paz descanse.
Dios sabe cuándo lo hicieron. – En París –le dije– la costumbre es regalar una sortija muy sencilla, normalmente de dos metales distintos, como oro y platino.
Quisiera regalar y repartir, hasta que los sabios entre los hombres hayan vuelto a alegrarse con su locura, y los pobres, con su riqueza.
La pobre niña iba cargada de dulces y fiambres para regalar a su marido, y su gracioso rostro brilló de contento al tomar asiento a nuestro lado.
Oíanse a menudo a pesar del veto del Restaurador y de la santidad del día, palabras inmundas y obscenas, vociferaciones preñadas de todo el cinismo bestial que caracteriza a la chusma de nuestros mataderos, con las cuales no quiero
regalar a los lectores.
Esteban Echeverría
El ama tenía gran cuidado de
regalar a Cornelia, y, sabiendo la partida de sus amos (de que le dieron cuenta, pero no a lo que iban ni adónde iban), se encargó de mirar por la señora, cuyo nombre aún no sabía, de manera que sus mercedes no hiciesen falta.
Miguel de Cervantes Saavedra
¿Dios, en dónde está si la deja morir así, después de haber sido buena, después de no haber hablado nunca mal de nadie, ni proferido una queja por las amarguras que le han tocado en suerte, de haber derramado a su alrededor el oro para enjugar lágrimas, después de regalar su esmeralda favorita para distraer a alguien, que no la quiere, de un sufrimiento de un instante?...
Por allí donde pasaba parecía
regalar su salud, y la prueba era que todos los chiquilines que nacían en este contorno presentaban sus mismos colores, su cara de luna de llena y un morrillo que lo menos tenía tres libras de manteca.
Vicente Blasco Ibáñez
-Es claro que no, -contestaron algunos. -Pues cátalo ahí -exclamó triunfante el tío Merlín.-¿A qué santo ese hombre nos ha de regalar un reló, sin más acá ni más allá?
En efecto, una hermana del amigo en cuya casa se hallaba había visitado a Delboeuf en el curso de su viaje de bodas, dos años antes del sueño de las lagartijas, o sea, en 1860, y le había mostrado aquel álbum, que pensaba
regalar, como recuerdo, a su hermano.
Sigmund Freud
Y cuando el rey quiere
regalar a un extranjero algo de mucho valor, manda hacer una caja de oro puro, sin liga de otro metal, con brillantes alrededor, y dentro pone, como una reliquia, recortes de pelo del elefante blanco.
José Martí