Al hundir los ojos en las lejanías del tiempo...
-preguntó Filomena a Antonio, al par que con la más pérfida intención alzaba los brazos para hundir el peine en la oscura cabellera.
El hecho de Asturias demuestra que, recobrado ese sentido de su propio valor revolucionario, el proletariado es algo imposible de hundir en el fracaso.
ciego furor de la borrasca! ... ¿Para alcanzar al culpable, has de hundir por ventura la barca y el piloto? EL HIJO DEL PESCADOR.––¿Ves?...
¿Te gusto así?, preguntó, inclinándose para ver los diamantes y dejándome hundir la mirada en los tesoros que ocultaba mal el terciopelo del corpiño.
El limo del fondo parecía inexplicablemente poroso y burbujeante, y un hombre que bajó atado a una cuerda y provisto de una larga pértiga se encontró con que podía hundir la pértiga en el fango en toda su longitud sin encontrar ningún obstáculo.
Y llegó aquí, a Angostura, en una playa primitiva atracó la canoa; vedle hundir en el suelo el tacón fino, con el pinchazo de la avispa que quiere conocer su avispero; seguidle, subiendo la cuesta hacia la ciudad; un revuelo de campanas anuncia su llegada, las casas se endomingaban de banderas y de letreros, de Soledad arriban canoas con mujeres como cestas con mangos y mereyes del tiempo.
Aquí la señora Margarita dijo estas mismas palabras: «un pensamiento que ahora no importa nombrar» y, después de una larga carraspera, «un pensamiento confuso y como deshecho de tanto estrujarlo. Se empezó a hundir, lentamente y lo dejé reposar.
No podemos paralizar nuestras economías y hundir a nuestros pueblos en una mayor miseria para pagar una deuda cuyo servicio se triplicó sin nuestra participación ni responsabilidad, y cuyas condiciones nos son impuestas.
No dejaba de pensar y de obsesionarme por eso; pensé también que nunca podría ser rico, porque en aquel momento le hubiera ofrecido mi fortuna porque se dejara
hundir el gorro aunque fuera un poco más de atrás; pero seguro que yo habría exagerado y se lo habría hundido hasta la nuca.
Felisberto Hernández
Y como la cava le tendiese otra vez sus brazos, hechos a las contorsiones de los bailes de infierno, desnudó la espada que acababa de
hundir en el pecho de un hombre y la sepultó entera en el cuerpo cimbreador, estrecho, del cual, por la espalda, salió la punta a hincarse en el tabique, dejando a Mara sujeta, clavada, retorciéndose una vez más...
Emilia Pardo Bazán
—¡Dé güelta... se le va a
hundir el mancarrón! En efecto, éste se negaba, pero fue apremiado por dos espuelas que dolorosamente penetraron en sus carnes; tomó envión y, las cuatro patas juntas, cayó en el barro, sumergiéndose hasta el pecho.
Ricardo Güiraldes