No lo hubo dicho, cuando echando en la hoguera las cátedras, y las sillas de los templos y de los tribunales, y cuanto hallaron precioso, la encendieron; y luego que emprendió la llama, tomando tizones y maderos encendidos della, con furia popular corrieron a poner fuego a las casas de los conjurados.
El pobre pequeño resoplaba como una maquina de vapor cuando ella lo cogió, y se encogía y se estiraba con tal furia que durante los primeros minutos Alicia se las vio y deseó para evitar que se le escabullera de los brazos.
Y tan convencida estaba Alicia de que el Ratón se refería a su cola, que, cuando él empezó a hablar, la historia que contó tomó en la imaginación de Alicia una forma así: "Cierta Furia dijo a un Ratón al que se encontró en su casa: "Vamos a ir jun- tos ante la Ley: Yo te acu- saré, y tú te defenderás.
El Ratón respondió a la Furia: "Ese pleito, se- ñora no servirá si no tenemos juez y jurado, y no servirá más que para que nos gritemos uno a otro como una pareja de tontos" Y replicó la Fu- ria: "Yo seré al mismo tiempo el juez y el jurado." Lo dijo taimadamente la vieja Fu- ria.
Unas veces emitían articulaciones como para entenderse con dioses, otras un sonido con la fuerza de un toro de potente mugido, bravo e indómito, otras de un león de salvaje furia, otras igual que los cachorros, maravilla oírlo, y otras silbaba y le hacían eco las altas montañas.
Dígame usted, señora Teresa: ¿está mala acaso la joven princesa de Santurce? Todo esto si se dirigía a la madre, y, si era la gallega, decíale con mayor
furia: -¡Oye y entiende, monstruo de Mondoñedo!
Pedro Antonio de Alarcón
Pero el Capitán no se amansó por ello, sino que la miró de hito en hito con mayor
furia, como acosado jabalí a quien arremete nuevo y más temible adversario y exclamó valerosísimamente: -¡Señorita!...
Pedro Antonio de Alarcón
Ello corrido andaba por el país; que en Valdelor existían onzas, un montón de oro, encanfurnado en un rincón que sólo el amo y el mayordomo sabían, los muy zorros, ladinos... La propia
furia de Carmelo cuando los aldeanos aludían al secreto de las onzas, era delatora, era imprudente.
Emilia Pardo Bazán
Echáronle, uno, dos, tres piales; pero infructuosos: al cuarto quedó prendido en una pata: su brío y su
furia redoblaron; su lengua estirándose convulsiva arrojaba espuma, su nariz humo, sus ojos miradas encendidas.
Esteban Echeverría
—preguntó ansiosamente. Los otros, sin responderle, rompieron a ladrar con furia, siempre en actitud temerosa. Pero míster Jones se desvanecía ya en el aire ondulante.
La voz de unos y otros llamándose llegó hasta el estrellado cielo y aquéllos chocaron con enorme alalá. Ya no contenía Zeus su furia, sino que ahora se inundaron al punto de cólera sus entrañas y exhibió toda su fuerza.
Por el norte del patio avanzaba solo el caballo en que había ido el peón. Los perros se arquearon sobre las patas, ladrando con furia a la Muerte, que se acercaba.