«El
avariento tiene el afán de guardar; el
codicioso el de adquirir. No se dice ser
avariento del bien ajeno, ni
codiciar el bien propio, porque sólo es
avariento el que posee, y
codicioso el que desea. El
avariento no expone nunca su caudal, por medio de una pérdida. El
codicioso lo arriesga muchas veces, por el afán de la ganancia. Este es más digno de compasión, porque siempre va lejos de sí el objeto en que pone su felicidad; pero el
avariento sabe que posee lo que cree que puede hacerlo dichoso, y se complace en cierto modo, con la falsa idea de que, si se priva de mucho, es por poder lograr de todo.»
José López de la Huerta