Parrón se estremeció, y yo también, conociendo que el amor propio de adivino me podía salir por la tapa de los sesos. - Pues mira tú, gitano... -contestó Parrón muy
lentamente-. Vas a quedarte en mi poder...
Pedro Antonio de Alarcón
-gritó el soberbio y mimado flamenco. - ¿Qué más queréis, hermano mío? -murmuró el fraile, levantando
lentamente la cabeza. - ¡Compraros este cuadro!
Pedro Antonio de Alarcón
-exclamó entonces uno que hasta lloraba-. Yo hice también señas al segador de que se fuese al instante. El infeliz se levantó
lentamente. - Pronto...
Pedro Antonio de Alarcón
Solos, dos agentes de policía paseaban cerca de la parada de coches de caballos y, por la calzada iluminada apenas por las farolas de gas que parecían moribundas, una hilera de vehículos cargados con legumbres se dirigía hacia el mercado de Les Halles. Iban lentamente, llenos de zanahorias, nabos y coles.
El tirano se ató una soga al cuello, recorrió descalzo las calles de la ciudad, pidiendo perdón a los habitantes, y, apoyado en un bastón, se alejó
lentamente.
Emilia Pardo Bazán
No lo sé. La ciudad dormía y nubes, grandes nubes negras, se esparcían lentamente en el cielo. Por primera vez, sentí que iba a suceder algo extraordinario, algo nuevo.
Para distraer el temor, dirigióse a la cocina, a cuidar del puchero. Recebó el fuego del hogar con leña menuda, y destapó y espumó la olla,
lentamente.
Emilia Pardo Bazán
Y nos separamos. Volví a casa
lentamente, feliz y desahogada como si regresara de la primera cita de amor que se repetíría esa noche.
Horacio Quiroga
-Vamos ya, mocito, que tengo priesa - exclamó éste dirigiéndose al Matraca, el cual le siguió lentamente, y no sin antes contemplar con extraña expresión al que habíase permitido asegurarle haberle visto en las cajillas de mixtos.
Y en aquel momento de trágicas meditaciones, cuando ambos enamorados al mirar el horizonte de su vida veíanlo como velado por una ráfaga de sangre y de infortunios, una voz cascada resonó en sus oídos y un hombre, destacándose de detrás de los pencares, avanzó lentamente hacia la tapia.
El timonel, firme en su lugar, calada la gorra hasta los ojos, parecía adherido al barco; los remeros se encorvaban y desencorvaban jadeantes; la barca avanzaba lentamente entre remolinos de espuma.
Los remeros, apercibidos de lo grave del paso que se disponía a dar el patrón, hicieron crujir los remos al tremendo ímpetu de sus brazos. La barca avanzó lentamente por entre los torbellinos que formaba el oleaje entre las piedras.