-No, no me gusta hablar de mi persona -objetó la olla de barro-. Organicemos una
velada. Yo empezaré contando la historia de mi vida, y luego los demás harán lo mismo; así no se embrolla uno y resulta más divertido.
Hans Christian Andersen
Al cabo de una hora irguieron la cabeza; por el lado opuesto del bizarro rancho de dos pisos —el inferior de barro y el alto de madera, con corredores y baranda de chalet —, habían sentido los pasos de su dueño, que se detuvo un momento en la esquina del rancho y miró el sol, alto ya. Tenía aún la mirada muerta y el labio pendiente tras su solitaria velada de whisky, más prolongada que las habituales.
-Francamente, me han desilusionado -dijo el cesto-. ¡Vaya manera estúpida de pasar una
velada! En lugar de ir cada cuál por su lado, ¿no sería mucho mejor hacer las cosas con orden?
Hans Christian Andersen
Por fin el sol se hundió tras el negro palmar del arroyo, y en la calma de la noche plateada los perros se estacionaron alrededor del rancho, en cuyo piso alto míster Jones recomenzaba su velada de whisky .
-Te quiero bien -dijo-; confiaba en que podríamos seguir juntos mucho tiempo, y he aquí que voy a perderte. ¡Mi pobre, mi querido Juan!, me dan ganas de llorar, pero no quiero turbar tu alegría en esta última
velada que pasamos juntos.
Hans Christian Andersen
Al día siguiente debía celebrarse la segunda prueba. La
velada transcurrió como la anterior. Cuando Juan se hubo dormido, el compañero siguió a la princesa a la montaña, vapuleándola más fuertemente aún que la víspera, pues se había llevado dos varas; nadie lo vio, y él, en cambio, pudo oírlo todo.
Hans Christian Andersen
Me vi obligado a obedecer a Talbot, porque él se mostró totalmente sordo a una nueva pregunta, y durante el resto de la velada atendió exclusivamente a lo que estaba sucediendo en el escenario.
Entre tanto, diariamente preguntaba por Talbot, en su hotel, y recibía el eterno "todavía no ha regresado" de su lacayo; sentía que volvía a invadirme la indignación. En aquella velada, por lo tanto, me encontraba próximo a la locura.
Fray Ambrosio, luego de haber hablado, rióse abundantemente, y aún quedaba en la bóveda de la sacristía la oscura e informe resonancia de aquella risa jocunda, cuando entró un seminarista pálido, que tenía la boca encendida como una doncella, en contraste con su lívido perfil de aguilucho, donde la nariz corva y la pupila redonda, velada por el párpado, llegaban a tener una expresión cruel.
La luna llena, manchada como de paño enfermizo, a veces irrumpía flotando también con timidez en la inmensidad del fuliginoso celaje y su henchida esfera de plata avejentada, se veía aún más deslucida, velada por el humo citadino que movía un creciente viento, acaso cual película de hombres lobos, zombis, momias y vampiros.
No es que de aquella tapada de incivil ni de villano, de desdeñoso o liviano el exterior tenga nada, no; su figura velada es atractiva, es simpática, su mano es aristocrática, si persona exhala esencia de rosas… mas su presencia le es a García antipática.
Resultaba extraño, e incluso pensándolo bien, inquietante a la larga, aquella solitaria velada de un enmascarado recostado en un sillón, en el claroscuro de un piso bajo atestado de objetos, aislado por los tapices, con la llama alta de una lámpara de petróleo y el vacilar de dos largas velas blancas, esbeltas, como funerarias, reflejadas en los espejos colgados del muro ¡y De Jacquels no llegaba!