El pelo se le engrifó por la desgracia de no tener aquello que para él era casi sagrado. Imagínense, un tigre sin grúa a mitad de la llanura tan transitada.
Pero si hay algo que me asuste más que una mujer, es una señora, y, sobre todo, una señora inocente y sensible, con ojos de paloma y labios de rosicler, con talle de serpiente del Paraíso y voz de sirena engañadora, con manecitas blancas como azucenas que oculten garras de
tigre, y lágrimas de cocodrilo capaces de engañar y perder a todos los santos de la corte celestial...
Pedro Antonio de Alarcón
ara Alfonso García-Valdecasas Escritor español, (1904 - 1993) La luna gira en el cielo sobre las sierras sin agua mientras el verano siembra rumores de tigre y llama.
«Mezcla absurda de Catón y de »Calígula (dice usted), extraño ingerto de las virtudes romanas icon las prostituciones helénicas; amante ciego de la civiliza- »ción en negro concubinato con la barbarie; serio, económico »y desprendido, no manchó sus manos con los dineros de la » nación No hay bestia más limpia ni que conserve su piel ) más lustrosa que el tigre.»— Si el retrato que usted pinta con tan vivo colorido es copia fiel, como á mí me parece, enorgulléz- case de él la literata.
-Hombre de Dios, y qué duro es usté de mollera pa comprender las cosas y las razones. ¿No sabe usté que esa mala gachí es la domaora de mi tigre?
-Pero es que mi nene zorrito es grande y fornido. -Definitivamente no.- Y levantando altivamente la nariz, el tigre ocelote pasaba de largo.
El tigre ocelote, con cara furiosa, como la de esos que se sienten los muy maravillosos, le respondía: -No, no lo he visto hermana zorrita.
Recién había terminado de llover y el tlacuache vanidoso se secaba la humedad y se quitaba el lodo que lo cubría, cuando de pronto vio pasar al tigre ocelote que se dirigía, como a escondidas, hacia la cumbre del monte de TLALOCTLI.
—¿Qué nombre le ponemos al chico? -—Por mí— contestó el padrino,— póngale usted
Tigre. —No puede ser— arguyó secamente el párroco.
Ricardo Palma
Lope de Aguirre se entusiasmaba como el tigre con la vista de la sangre; y sus camaradas, que lo veían entonces poseído de la fiebre de la destrucción, lo llamaban caritativamente:— El loco Aguirre, Cuando, terminada la guerra, llegó la hora de recompensar á los realistas.
- (Sonrisa de aprobación) Pos' a mí también. - L' otra vez yo la vi con mis propios ojos, como que son míos, que se iba con el
tigre, el de la carnicería de Don Cándido.
Antonio Domínguez Hidalgo
Lo que hace al hato el tigre del somonte en el ircano campo o junto al Ganges, o al manso y baifo el lobo en aquel monte que a Tifeo enterró tronco y falanges, allí hace el soberbio Rodomonte, no diré que a milicias o a falanges, sino al ruin vulgo y populacho indigno del que es morir, antes que nazca, el signo.