espués de escuchar Currito el Carabina todo cuanto hubo de decirle la hembra que sin permiso de la Católica, Apostólica, Romana, cuidábase de zurcirle lo roto, de coserle lo descocido, de espumarle el puchero y de muchísimas cosas más que por discreción callamos, quedóse nuestro hombre silencioso durante algunos instantes, no sin redoblar nerviosa y acompasadamente sobre el suelo con el tacón de uno de sus brodequines y no sin poner cara de malísimos propósitos, y exclamó después con acento sordo y amenazador: -¡Por vía e Dios con el compadre!
A veces llegaban con un
puchero lleno de los frutos recogidos, o con las fresas ensartadas en una paja, y, sentándose junto al menudo abeto, decían: «¡Qué pequeño y qué lindo es!».
Hans Christian Andersen
En el centro estaba la Duquesa, sentada sobre un taburete de tres patas y con un bebé en los brazos. La cocinera se inclinaba sobre el fogón y revolvía el interior de un enorme puchero que parecía estar lleno de sopa.
Por lo mismo que, entre nosotros, el mejor libro (salvo los de texto para las escuelas) no produce para el puchero co- tidiano; por lo mismo que los literatos, en el Perú, no son más que abnegados obreros del progreso, pienso que el escritor está más seriamente obligado á ser correcto, hasta donde sus fuerzas intelectuales y su ilustración se lo permitan, que á más no poder...
Nuestro único mensajero es el cesto de la compra, pero ¡se exalta tanto cuando habla del gobierno y del pueblo!; hace unos días un viejo
puchero de tierra se asustó tanto con lo que dijo, que se cayó al suelo y se rompió en mil pedazos.
Hans Christian Andersen
Adelante. T. Tetera La tetera tiene rango en la cocina, pero la voz del
puchero es aún más fina. U. Urbanidad Virtud indispensable es la urbanidad, si no se quiere ser un ogro en sociedad.
Hans Christian Andersen
Los fósforos se encontraban ahora entre un viejo eslabón y un
puchero de hierro no menos viejo, al que hablaban de los tiempos de su infancia”.
Hans Christian Andersen
-añadió. -Atiende a tu cocina -gruñó él, dirigiéndose al jardín, que era el
puchero de su incumbencia. Entretanto, el seminarista tomó asiento junto a la señora y se puso a charlar con ella.
Hans Christian Andersen
Pues el duendecillo estaba en la cocina vigilando el
puchero; hablaba, pero nadie lo atendía, excepto el gato negro, el «ladrón de nata», como lo llamaba la mujer.
Hans Christian Andersen
Ya lo había oído antes, y ahora he tenido que escucharlo otra vez. Allí está charlando con ese calzonazos de seminarista. Yo estoy con el marido: «¡Atiende a tu
puchero!». ¡Pero quiá!
Hans Christian Andersen
-gritó Paco el de Mairena, penetrando en el Altozano precedido de la pacífica Platera, que caminaba lentamente agobiada por el peso de los enormes serones llenos de la aún más negra mercancía con que nuestro protagonista ganábase honradamente los garbanzos para el indispensable puchero.
-Dios te guarde, mal remendón, y cómo se arrempuja pa que no falte puchero que espumar en tus cubriles -exclamó el Calderero deteniéndose delante de aquel y mirándolo con afectuosa expresión.