Es uno de los más antiguos utensilios de cocina usado por el ser humano, lo que le asocia e identifica con otros recipientes culinarios como la marmita, el pote grande, el perol y la olla.
Una versión poco difundida la hacía incluso la hija menor de Zeus, un rasgo que sin embargo comparte con Atenea y Afrodita, como aspectos de antiguas deidades que tampoco pudieron ser eclipsadas por los olímpicos debido a que su adoración era tan dominante. Un mito cuenta que había robado el pote de carmín de su madre y huido a una casa donde una mujer estaba de parto.
Como símbolo de «ricahombría y grandeza del Reino» en la iconografía heráldica, el caldero -o caldera- es figura protagonista en blasones, escudos gremiales, de apellidos y de localidades de toda Europa. Caldero de Gundestrup Pote Caldera (cocina)
Recebó el fuego del hogar con leña menuda, y destapó y espumó la olla, lentamente. El glu-glu del
pote colgado le interesó, y lo revolvió con un cucharón largo, profundo.
Emilia Pardo Bazán
Arrastraron fácilmente al anciano hacia el fuego que acababa de recebar, y que ardía restallando, enrojeciendo la oscura panza del
pote y las trébedes en que descansaban las ollas.
Emilia Pardo Bazán
Sin haber llegado nunca a sentarme en las faldas de la abrupta sierra, conocía mucho de oídas el país, y sabía que a veces, en tres o cuatro leguas de circuito, no se encontraba punto para condimentar el caldo de
pote ni una arena de sal para sazonarlo.
Emilia Pardo Bazán
Su democrática familiaridad con los labriegos procedía de un instinto de regimen patriarcal, en que iba envuelta la idea de pertenecer a otra raza superior, y precisamente en la convicción de que aquellas gentes «no eran como ella», consistía el toque de la llaneza con que las trataba, hasta el extremo de sentarse a su mesa un día sí y otro también, dando ejemplo de frugalidad, viviendo de caldo de pote y pan de maíz o centeno.
Para un labriego estriba en poca cosa: algo más del torrezno y unto en el pote, carne de vez en cuando, pantrigo a discreción, leche cuajada o fresca, esto distingue al labrador acomodado del desvalido.
Aseguraba también el compadre Antón que la familia de Marcos ya no pasaba necesidad alguna, porque el amo, el señor conde de Castro, les había rebajado en más de la mitad el arriendo del lugar que llevaban, y la comadre Sabel, con su trabajo, ganaba lo suficiente para que ni ella ni los chiquillos careciesen de abrigo y caldo «de pote».
El tío se encogió de hombros y, asomándose, descargó una vez más la escopeta a bulto. Luego corrió al lar y descolgó briosamente el pesado pote, que, pendiente de larga cadena de hierro hervía sobre las brasas.
Ninguna venía, sin embargo, sin algún pote de bálsamo o de hierbas, gozando la oportunidad de señalar su bondad y su experiencia médica.
Dio principio Javier a la lectura de un artículo de fondo, y la criada, sin pensar en recoger la mesa, sacó para sí del pote una taza de caldo y sentóse a tomarla en un banquillo al lado del hogar.