El hombre es tonto de suyo, y aun cuando se esté muriendo de hambre, es capaz de creerse un emperador como haya un perdis que sepa pintárselo a lo vivo.
Se salvó él por ligereza, y como era un
perdis y los sentimientos de familia no están muy arraigados en su especie, sólo se le ocurrió huir mar adentro, moviendo graciosamente la colita, como si quisiera decir: -Sálveme yo y perezca la familia; mejor es el agua turbia que el aceite de la sartén.
Vicente Blasco Ibáñez
Pasaba junto a la puerta de un cuartel, y el soldado que estaba de centinela lo llamó, le arrojó un poco de queso y el Quin, que no había comido hacía doce horas, porque todavía no sabía buscárselas, mordió el queso y atendió a las caricias del soldado. ¿Por qué ir más lejos? Él, amo sí lo quería; la vida de perdis le horrorizaba: si le admitían, se quedaría allí. Y se quedó.
El cura insistió en su gesto, creyendo que Chiripa no lo notaba. -¿Por qué no? -se dijo el perdis-. Por probar de todo. Aquí no es como en el Ayuntamiento, donde yo quería que me diesen voto, pa ver lo que era eso del sufragio, y resultó que aunque era para todos, para mí no era, no sé por qué tiquis-miquis del padrón o su madre.