Hizo la dueña que tomase grasa de un gran cabrón que estaba no allí lejos, y que del pie se untase hasta la frente de suerte que su olor no era patente.
Era un lugar muy viejo, y había empezado a exudar el leve olor miásmico que se desprende de las casas que han permanecido en pie demasiado tiempo.
La puerta había vuelto a cerrarse. Yo esperé, perdido en la oscuridad, mientras el fraile encendía un enroscado de cerilla, que ardió esparciendo olor de iglesia.
Era dulce el Apóstol divino, Más aún que la luna de Enero. A su paso dejó por la senda Un olor de azucena y de incienso. — Y comadre, ¿no le dijo nada?
Carcelera de sí misma se concluye en la inútil necedad de sus libelos y una ráfaga de bocas calcinantes le amordazan lo fugaz de sus agallas: Hoy soy de ti; mañana de la espera… Y se concluye un mundo con olor a siesta.
¡Tanto tanto y tanto hay que enseñar! Ella vive aquí en el centro de la Soledad, muy dentro: casonas de olor a ayer. El barrio sabor a cine sin ningún olor a tíner; aún no es tiempo de Te-vé.
Fermenta el aire la embriaguez del vino. Entre los labios la palabra muere de pereza, y al sol el nardo adquiere un acre olor a sexo femenino.
Podeley ganó; tras infinito cambio de dueño, el collar en cuestión y una caja de jabones de
olor que halló modo que jugar contra un machete y media docena de medias, que ganó, quedando así satisfecho.
Horacio Quiroga
El día en que no platico con ella, en que no me miro en las niñas de sus ojos, en aquellos dos charranes que Dios le ha puesto en la cara; en que no güelo el olor a nardos y a claveles que le nace en aquella boca suya, que es un cintillo de rubíes; en que no siento el metal de su voz, que es el repiquetear de una campanillita de plata; el día, en fin, que no la veo, ese día me parece a mí que la vía me está poniendo el desahucio y me dan la mar de ganitas de morder y de pelear y de subir a la catedral y desde allí pegar un brinco, u dos brincos, y de meterme en la luna.
Poco a poco fue apoderándose de él el vértigo de la pelea, y una nunca por él sentida ansia belicosa, fue apoderándose de su espíritu, y haciéndole olvidar toda prudencia, todo instinto de conservación, y ya embriagado por el olor de la pólvora y por el vibrante detonar de las carabinas y tercerolas, saliendo del lugar que le amparaba la sombra del árbol, quedaron él y su Careto bañados en la luz de plata de la luna.
De ellos tras la partida, adalid, desde el vértice del Pelión adviene Quirón portando silvestres dones, pues cuantas llevan los llanos, las que la tésala orilla 280 en sus grandes montes cría, las flores que cerca de las ondas de un río pare el aura, fecunda del tibio Favonio, éstas, en indistintas coronitas trenzadas, trajo él mismo, con cuyo agradable olor acariciada la casa rió.
Pues tampoco ella, de la diestra paterna por mí llevada, a una fragante casa llegó de asirio olor, sino que furtivos regalillos me dio en la callada noche, 145 del propio regazo de su propio marido arrancados.