—preguntó ansiosamente. Los otros, sin responderle, rompieron a ladrar con furia, siempre en actitud temerosa. Pero míster Jones se desvanecía ya en el aire ondulante.
«Finalmente, mi buena intención rompió por las malas dádivas de la negra; a la cual, bajando una noche muy escura a su acostumbrado pasatiempo, arremetí sin
ladrar, porque no se alborotasen los de casa, y en un instante le hice pedazos toda la camisa y le arranqué un pedazo de muslo: burla que fue bastante a tenerla de veras más de ocho días en la cama, fingiendo para con sus amos no sé qué enfermedad.
Miguel de Cervantes Saavedra
Y al principiar los ensayos de un drama donde un perro tenía que
ladrar oportunamente, el segundo galán dijo a Cleto: -Hombre, usted que ladra tan bien, ¿por qué no se encarga de esa parte?
Emilia Pardo Bazán
Narices, que comenzó a ladrar desaforadamente como si él hubiese recibido el golpe, y, perdido el tino, pegó tal salto que fue a caer dentro de un barreño donde había bacalao en remojo.
Dejé colgar las piernas y venga balancearlas, y el mastín no podía alcanzarlas, aunque saltaba con todas sus fuerzas. Aquello lo sacaba de quicio, y venga
ladrar y más
ladrar, y yo venga balancearme; se armó un ruido infernal.
Hans Christian Andersen
-¡Fuera, fuera! -volvió a
ladrar el mastín, y, dando tres vueltas como un trompo, se metió a dormir en la perrera. Efectivamente, cambió el tiempo.
Hans Christian Andersen
Lloraban en coro, volcando sus sollozos convulsivos y secos, como masticados, en un aullido de desolación, que la voz cazadora de Prince sostenía, mientras los otros tomaban el sollozo de nuevo. El cachorro solo podía ladrar.
Hundidos en la escoria de los oros dejarían de ladrar su muchedumbre de venenos y sucumbirían sobre la arena del desierto petulante: sólo somos un segundo sanguinario que se acaba en un decir Jesús y sin más cruces nos ahogamos en océanos insepultos de vacío.
Y este soy yo: de este año de fiestas y motines sentí no más pasando zumbar en mi balcón los ecos más discordes, con pretensión de afines al parecer, pues juntos y a un tiempo oí clarines, campanas, tiros, órganos y salvas de cañón: aplausos, mueras, silbas, los salmos del entierro, el Réquiem y el Hossanna, los pitos y el fagot: murgas, orfeones, bandas, el arpa y el cencerro, chillidos de dos monos y hasta el ladrar de un perro…; todo el confuso estrépito que, huyendo de su encierro, harían las cuarenta legiones de Astaroth.
A partir de entonces, Ammi mostró un mayor respeto por las historias que contaba Nahum, y se preguntó por qué los perros de Gardner parecían estar tan asustados y temblorosos cada mariana. Incluso habían perdido el ánimo para ladrar.
¡Dzapo, Labri, Dzappe (Labri, ladra)! El perro se puso a ladrar al diablo como si quisiera morderle. ─ Caray con el animal ─gritó el diablo─, yo no hablo con tu perro.
Sucedió, pues, que, teniendo el aduar entre unas encinas, algo apartado del camino real, oyeron una noche, casi a la mitad della,
ladrar sus perros con mucho ahínco y más de lo que acostumbraban; salieron algunos gitanos, y con ellos Andrés, a ver a quién ladraban, y vieron que se defendía dellos un hombre vestido de blanco, a quien tenían dos perros asido de una pierna; llegaron y quitáronle, y uno de los gitanos le dijo: -¿Quién diablos os trujo por aquí, hombre, a tales horas y tan fuera de camino?
Miguel de Cervantes