–exclamó don Juan, y se acercó al ojo para reventarlo. Una lágrima rodó por las mejillas hundidas del cadáver, y cayó en la mano de Belvídero–.
Yo no me daba cuenta de aquellos ojos anchos, con una luz paisana, donde el quieto país de la pupilas oprime la provincia de una lágrima.
Después, recién nacida la Libertad, en su primera hora de caminar por América, desde los ojos de la República cayó al volcán la lágrima de la tercera estrella.
-Compare, pos tenga usté la seguriá de que lo tiraba a usté ar pozo. ¿Y es pa eso pa lo que me ha traío usté a la vera del de Lágrima?
En cambio, ¡hágame usted el favor de creer, por esta primera
lágrima que derramo desde que soy hombre, por estos primeros besos de mis labios, que todo lo que yo pueda agenciar en el mundo, y mis cuidados y mi vigilancia, y mi sangre, serán para Angustias, a quien estimo, y quiero, y amo, y debo la vida...
Pedro Antonio de Alarcón
A Alicia no le gustaba ni pizca el aspecto que estaba tomando aquello. «A lo mejor es porque ha estado llorando», pensó, y le miró de nuevo los ojos, para ver si había alguna lágrima.
Todos reconocen cuán magníficos son los hayedos de Dinamarca, pero en la mente de Antón se levantaba más magnífico todavía el bosque de hayas de Wartburg; más poderosos y venerables le parecían los viejos robles que rodeaban el altivo castillo medieval, con las plantas trepadoras colgantes de los sillares; más dulcemente olían las flores de sus manzanos que las de los manzanos daneses; percibía bien distintamente su aroma. Rodó una
lágrima, sonora y luminosa, y entonces vio claramente dos muchachos, un niño y una niña.
Hans Christian Andersen
Y todo eso se reflejaba ahora en una única
lágrima, que se deslizó y desapareció; pero otras brotarían de la fuente, del corazón del viejo Antón.
Hans Christian Andersen
Y Antón le dijo también adiós. Ni una
lágrima asomó a sus ojos, pero sintió que ya no era el amigo de Molly. Si besamos una barra de hierro candente, nos produce la misma impresión que si besamos una barra de hielo: ambas nos arrancan la piel de los labios.
Hans Christian Andersen
El señor Paco, sintiendo que su voluntad iba siendo insuficiente para poner vendales a una lágrima rebelde que pugnaba por abrirse paso por entre sus párpados, se levantó de nuevo bruscamente, y saliendo de la habitación, penetró en aquella en que la muerta yacía.
quizá de un anhelo... de una ilusión... de una esperanza... de una quimera... de una
lágrima... de una respuesta... de un lamento... de un grito...
Antonio Domínguez Hidalgo
Habrña en sus obras todo lo que las reglas previenen, todo cuanto los autores aconsejan, pero si le falta el alma, la inspiración, el sentimiento más puro y delicado, no arrancará una
lágrima, ni un suspiro de arrobamiento y se conformará con esta única recompensa: el frío aplauso de los doctos.
Antonio Plaza