(Pincha las nalgas mientras se prepara la 67 Ese hilo encerado es, con toda probabilidad, el hilo revestido de pez que emplean zapateros y guarnicioneros.
DOÑA JUSEPA ¡Ay, Dios! POLONIA ¡Ay, que se muere mi señora! ¡Rompan ese encerado! DOÑA JUSEPA ¡Favor, señor hidalgo! Escena II (Dentro.) ¡Hola, Alvarado!
¡Oh, qué bien que le han de estar las espumillas! Belleza como la que Dios le ha dado era indecencia traer descansos que puedan ser gruesos para un encerado.
Cosía su ropa, la de sus chicos, las fundas del revólver, las velas de su canoa, todo con hilo de zapatero y a puntada por nudo. De modo que sus camisas podían abrirse por cualquier parte menos donde él había puesto su hilo 
encerado.
Horacio Quiroga
Insectos transparentes resbalaban en el aire junto al limonero y las paredes blancas se reflejaban en la rubia opacidad del piso 
encerado.
Roberto Arlt
-¡Dése prisa, caballero! -gritó de nuevo lord Arthur, colérico, dando un violento golpe con el pie en el suelo encerado. Mister Podgers sonrió y, sacando de su bolsillo una lente pequeña, se puso a limpiarla cuidadosamente con el pañuelo.
-¡Apúntate esa! Eran las voces mofadoras de los verdaderos aprendices, de los que machacaban el cuero y tiraban del hilo 
encerado.
Emilia Pardo Bazán
Daba gusto ver un par de calzados en el instante crítico en que Elviña, extrayéndolo de la hormaza, lo alineaba juntándole las punteras, y, echándose hacia atrás, se recreaba en contemplar el brillo charolado, la limpieza de los puntos, la pulcritud del 
encerado reborde de la suela y, en fin, todos los detalles que hermosean una obra maestra de zapatería.
Emilia Pardo Bazán
En los huecos había asientos de madera, que parecían provenir de los mismos árboles de los que se habían hecho el suelo, encerado, y las grandes vigas del techo.
Se tumbaba boca abajo en una cama, yo me sentaba entre sus piernas, armada de una aguja y un trozo de hilo grueso encerado y le cosía exactamente el ano todo alrededor y la piel de esa parte estaba tan endurecida y tan acostumbrada a las puntadas que mi labor no hacía manar ni una gota de sangre.
Enrique abrió cautelosamente la puerta de la biblioteca. Se pobló la atmósfera de olor a papel viejo, y a la luz de la linterna vimos huir una araña por el piso 
encerado.
Roberto Arlt
Su esposa, como otros tantos de cientos de esposas anónimas, era una excelente dueña de casa, pero él no era hombre de regodearse en el espectáculo de un piso bien 
encerado, o en la pantalla calcada en la matriz de una hoja arrancada de la revista Para Ti o El Hogar.
Roberto Arlt