En la distancia alcancé a ver una fortaleza. No era como el castillo fúnebre anterior, sino aparentemente se encontraba construido de oro.
Cuando al fin llegaron al pie del fastuoso castillo, quedaron asombrados al ver cómo aquella magna arquitectura desaparecía delante de su rostro estupefacto.
El último en fenecer, Azafrán, vio cómo nuevamente aparecía el castillo y abría sus enormes puertas para mostrarle el arca del tesoro.
Don Felipe por la gracia de Dios, Rey de Castilla y Aragón por cuanto a pedimento del Capitán Juan García de la Candelaria, procedió Don Diego Castillo Mazariegos, Juez Comisario para medida y diligencia de tierra en esta jurisdicción de la ciudad de Gracias a Dios a medir y mojonar en el sitio nombrado.
Tenientes 1ros— Agustin Lopez, Pedro López, Alejandro Suloaga, José Dolores Suso, Pablo Millalican, Mateo Corbalan. Tenientes 2dos— Manuel Cavon, Andrés Carril, José Videla Castillo, José Porto y Marino, Manuel Laprida.
Todos reconocen cuán magníficos son los hayedos de Dinamarca, pero en la mente de Antón se levantaba más magnífico todavía el bosque de hayas de Wartburg; más poderosos y venerables le parecían los viejos robles que rodeaban el altivo
castillo medieval, con las plantas trepadoras colgantes de los sillares; más dulcemente olían las flores de sus manzanos que las de los manzanos daneses; percibía bien distintamente su aroma.
Hans Christian Andersen
Encontróse con un ama que llevaba un niño: -Oye, nodriza -le preguntó-, ¿qué es aquel
castillo tan grande, junto a la ciudad, con ventanas tan altas?
Hans Christian Andersen
Los claroscuros se entremezclan a lo largo del tiempo para advertirnos que esta casa donde habita el horror no es la de nuestros padres, pero sí lo es; no es el México de nuestros maestros, pero sí lo es; no es el de aquellos que ofrecieron lo mejor de sus vidas para construir un país más justo y democrático, pero sí lo es; esta casa donde habita el horror no es el México de Salvador Nava, de Heberto Castillo...
Hecho en la ciudad de Santiago de Guatemala en ocho días del mes de agosto de mil setecientos cinco. Licenciado Juan Jerónimo Duardo, Doctor Gregorio Castillo y Escudero, Lic.
La verdad es que nada de eso sucedió. El castillo se levantaba a una altura imponente y se ubicaba al borde de un abismo tan profundo que parecía no tener fondo.
Repetía con voz trémula para no sucumbir de espanto. Sin embargo, proseguí explorando aquel tétrico castillo y encontré un larguísimo pasadizo que parecía no tener fin.
Nadie podía oponerse porque la propia vara fluía en energías nefastas y quienes intentaban impedir el latrocinio, eran convertidos en estatuas de ónix y llevadas presas también al castillo de metal.