Este, sin abandonar su ocupación, fija la mirada en el yunque, sobre el que después de dejar a un lado el martillo se ocupaba en bruñir el
broche de metal de una guarnición con una pequeña lima, comenzó a hablar en voz baja y entrecortada, como si maquinalmente fuesen repitiendo sus labios las ideas que cruzaban por su mente.
Gustavo Adolfo Bécquer
La admirable redondez de su muñeca quedaba realzada por un brazalete también adornado y cerrado por un magnífico broche de piedras preciosas, que me hablaban, a la vez, de la riqueza y el buen gusto de quien las llevaba.
El librito narraba muchos cuentos trabalingüísticos y en su introducción decía que como unos bravucones libreros no querían vender las increíbles obras de la brujita escritora y le cobraban comisiones muy caras para hacerlo, la brujilla un día puso crema de crisantemo en un broche para embrujarlos con un brebaje y los embruteció con sus fórmulas embrujadoras.
VI El 8 de octubre de 1827, escribiendo a Lavalleja de Buenos Aires don Pedro Trápani, patriarca auténtico de la independencia oriental absoluta, para cuya memoria, a pesar de eso, parece que no habrán recuerdos de homenaje oficial en este ciclo de conmemoraciones, decía lo que voy a transcribir, como broche de cierre de este trabajo, por haber sido su austero motivo ocasional: “Ahora voy á ver si puedo contextar á la suya del primero de este, en la q.e me comunica relativo á lo poco tranquilo que se halla su corazón, sin poder travajar con aquel gusto y satisfacción q.e en el año 25… etc., etc.
Los ayudaremos...; al fin, nosotros no tenemos hijos..., ni esperanzas... Romana se turbó, bajó los ojos y murmuró, sobando el lindo
broche de «estrás» de su cinturón grana: -¿Quién sabe?
Emilia Pardo Bazán
¡Tantas veces va el cántaro!... Y éste no repara: lo mismo envía en descubierto una rivière de chatones que un
broche de perlillas de cien pesetas...».
Emilia Pardo Bazán
Avelino, envolviéndola en fulgores y en humedades de miradas, fascinándola con la sonrisa, consiguió que adquiriese de golpe una lanzadera de mil pesetas, un
broche de setecientas y un lapicillo de oro cincelado de trescientas.
Emilia Pardo Bazán
Además de los representantes del sexo viril, no el mas débil dejaba de tener allí representación valiosísima, y sentadas, acá y acullá también, sobre el mal empedrado suelo, lucían sus haraposas vestiduras de colores, si vivos un tiempo, ya un tantico apagados por antiguas suciedades; los semblantes renegridos, algunos de gracioso perfil y ojos magníficos; los pies descalzos y el principio de la pantorrilla curtidos por la intemperie y el pelo sucio y aceitoso, cayéndole sobre la nuca en enorme castaña, engalanado con alguna flor de tallo larguísimo y de perfumado broche.
-preguntó la institutriz. -Se ha perdido un
broche de la señora..., un
broche que vale dos mil rublos... -Bien; pero ¿por qué se ha registrado mi habitación?
Antón Chéjov
-¡Se ha registrado todo, señorita! A mí me han registrado de pies a cabeza, aunque, se lo juro a usted, no he tocado en mi vida ese maldito
broche.
Antón Chéjov
-Sí, sí, bien...; pero no comprendo... -Ya le digo a usted que han robado el
broche. La señora nos ha registrado, con sus propias manos, a todos, hasta a Mijailc, el portero...
Antón Chéjov
-Vamos, querida señora! Tiene usted que cuidar esos nervios. ¡Olvide ese maldito
broche! La salud vale más de dos mil rublos... -No -se trata de los dos mil rublos -dijo la dama con voz casi moribunda, secándose una lágrima- Es el hecho lo que me subleva.
Antón Chéjov