Reina de las blandas flores, sus enojos no temas, ni los ardores de sus ojos, porque ese puro arrebol que enamora, si es luciente como el sol, es tierno como la aurora. Entre mil palmas no hay talle más galano, ni
azucena en todo el valle cual su mano.
Ramón de Campoamor
Si entre flores hallara tu faz serena, la creyera el capullo de una azucena; porque en ti hallo lo gentil de su esbelto florido tallo.
Cuantas frentes yo he visto y cuantas trato no son a su zapato; porque la dicha está limpia y serena, con sus ciertos humillos de azucena.
Esta denominación, que huele a
azucena, convenía maravillosamente con el tipo de la chica, blanca, fresca, rubia, cándida de fisonomía hasta rayar en algo sosa, defecto frecuente de las bellezas de lugar, en quienes la coquetería se califica de liviandad al punto, y el ingenio y la malicia pasarían, si existiesen, por depravación profunda.
Emilia Pardo Bazán
-Yo los matices amarillos y encarnados, contestó un Don Diego de día. -Yo el blanco mate, exclamó la azucena. -También yo proporcionaré matices blancos, añadió la magnolia.
Hele rimado cantares al candor de las palomas de mis blancos palomares y a la miel de los aromas de mis ricos tomillares. He cantado la blancura de la
azucena sencilla, la purísima tersura de la nieve de la altura, que es la nieve sin mancilla.
José María Gabriel y Galán
En estado miserable su espíritu estaba puesto, y era infeliz en las dichas, luchando consigo mesmo, entre pasiones, virtudes, obligaciones, deseos, infernales sugestiones y celestiales preceptos, siendo campo de batalla su mente y su roto pecho, do luchaban frente a frente ángeles malos y buenos. La más lozana
azucena, gala del jardín, el cuello dobla marchita, si esconde roedor gusano en su seno.
Ángel de Saavedra
Celestial era su rostro y divina su garganta; pero del color de cera que miedo y penas retrata; dos soles eran sus ojos bajo las luengas pestañas, donde dos perlas preciosas prontas a correr, brillaban. Era una fresca
azucena, a quien cruda muerte amaga, porque un corroedor gusano ya su hondo cáliz desgarra.
Ángel de Saavedra
La emperatriz de Alemania, de España la augusta reina, hermosa entre las hermosas, discreta entre las discretas; la gentil, fresca, radiante y embalsamada
azucena, que dio a Toledo Lisboa, de paz y dominio prenda, en vez del trono del mundo, do el mundo la reverencia, yace en el doliente lecho, de nuestra humana flaqueza agotando las angustias, apurando las miserias, deslumbrada la hermosura, trastornada la cabeza: flor lozana que al impulso del cierzo se troncha y seca, astro a quien apaga y hunde del Creador la omnipotencia.
Ángel de Saavedra
Este pues Sol que a olvido le condena, cenizas hizo las que su memoria negras plumas vistió, que infelizmente sordo engendran gusano, cuyo diente, 740 minador antes lento de su gloria, inmortal arador fue de su pena, y en la sombra no más de la
azucena, que del clavel procura acompañada imitar en la bella labradora 745 el templado color de la que adora, víbora pisa tal el pensamiento, que el alma, por los ojos desatada, señas diera de su arrebatamiento, si de zampoñas ciento 750 y de otros, aunque bárbaros, sonoros instrumentos, no en dos festivos coros vírgenes bellas, jóvenes lucidos, llegaran conducidos.
Luis de Góngora y Argote
Ven tú, en fin, ninfa divina, Ven en fin y no te tardes, Tú en cuya tez los claveles Con la
azucena combaten: Tú en cuyos labios de rosa Fabrica amor sus panales, Y en cuyo soberbio seno El placer viene a posarse.
Manuel José Quintana
Así las plantas, frutos y aves lo hacen: dos veces mueren y una sola nacen. Entre catres de armiño tarde y mañana la azucena yace, si una vez al cariño del aura suave su verdor renace: ¡Ay flor marchita!