En la colina había, en el
asador, gran abundancia de ranas, pieles de caracol rellenas de dedos de niño y ensaladas de semillas de seta y húmedos hocicos de ratón con cicuta, cerveza de la destilería de la bruja del pantano, amén de fosforescente vino de salitre de las bodegas funerarias.
Hans Christian Andersen
Oído, escuchado. Escusera. La que se excusa. Esgrima. Espada. Espeto. Lanza, asador. Espinaza. Espina. Esquilmar. Tomar, pillar, robar. Establía.
Aber patrón nos va a abiar con algo que tenga a mano. Sino, es cosa de un ratito armarnos de un asador, de ese membrillo cantor y chantarle un churrasquito.
Ellos ordenaban, sabiendo que morirían. He aquí que se hizo una gran piedra quemante semejante a un asador; Xibalbá la hizo y puso en ellas muchas ramas grandes.
Os contaré que en la cocina el fuego crepitaba, un pavo se tostaba en el asador, y que de los potes y las cacerolas que había al fuego salía un humo de inmejorable olor.
En cambio del buen trato que recibía, debía dar vueltas al asador cuando le tocaba, y aún entonces trabajaba por cuenta propia, pues sabía que algo había de corresponderle de aquellos pollos, capones y pavos que se estaban dorando al amor de la lumbre.
Y... andá, Pilar, por favor, mientras duerme ño Severo, ve si te empriesta el pulpero un vaso y el
asador. Y en cuanto llegue Luciano, la venida de Olivera celebraremos siquiera con un pedo soberano.
Hilario Ascasubi
Mohíno y el rabo entre piernas metiose en la cocina; se fue al asador, comenzó a darle vueltas e hizo el firme propósito, que cumplió, de rechazar en adelante toda tentativa de holgazanería.
¡Y que a ti te metan un palo por mala parte, y te saquen así a la vergüenza, teniéndote en alto hasta que, con el peso de tu cuerpo, el palo salga por encima de la coronilla y quedes patiabierto en el suelo, como indecente rana atravesada por un
asador!
Pedro Antonio de Alarcón
Mucho antes que los civiles llegó a Resende, y el sargento Piñeiro tuvo el gusto de no hallar otras armas en el pazo sino un asador de cocina y las escopetas de caza de los señoritos, en la sala, arrimadas a un rincón.
Soplaba, echando atrás la cabeza, cerrando los ojos llorosos, y tratando, por un conjunto de horribles muecas que le retorcían la cara, de esquivar el contacto del humo espeso que la envolvía. Roció con salmuera el medio capón bien dorado, y sacando el asador del fuego, lo vino a plantar a la sombra.
A ella debo el no haber dejado allí la piel, porque me dio un aviso, y escapamos de la emboscada que nos tendían, para quedarse con nuestro aguardiente y su caucho, y además, supongo que con nuestros cuerpos, destinados al
asador.
Emilia Pardo Bazán