--Sí, ¡que toque! --Un vals.... --No..., ¡una polca!... --¡Polca!... ¡Quita
allá! ¡Un fandango! --Sí..., sí..., ¡fandango! ¡Baile nacional!
Pedro Antonio de Alarcón
La naturaleza estaba vacía y solemnemente muda; ni un soplo de aire agitaba las hojas; el mismo regato, tan cantador y vivo, los pardillos y gorriones inquietos, dijérase que callaban y se adormían inmóviles.
Allá, a lo lejos, un jirón de niebla, deshilachado suavemente por el sol, flotaba, engarzándose en los riscos de Penamoura.
Emilia Pardo Bazán
Al alcance de mi mano, como irónica tentación, estaban las riquezas abandonadas, las maravillas de arte que acaso codicié: ningún ojo sino el mío para contemplar los cuadros de Velásquez, las estatuas de Fidias, las cinceladuras de Cellini; y
allá en las secretas cajas de los abandonados bancos, ninguna mano sino la mía para hundirse en los montones de billetes y centenes de oro...
Emilia Pardo Bazán
-Por señas, amigo -añadió el jefe-. Señale dónde es, que
allá vamos. Débil, extinguido, salió por fin un acento de la apretada gorja.
Emilia Pardo Bazán
Y no me diga usted que me equivoco, porque eso sería faltar a la verdad. Y
allá va la prueba. ¡Si usted no me quisiera a mí, no la querría yo a usted!...
Pedro Antonio de Alarcón
Y nuevamente nos encontramos con que el pueblo de allá acaba de ungir Presidente electo a uno de ellos, Rómulo Gallegos, amigo mío personal y que sufrió en su tiempo la persecución que ahora sufro.
Mira, pues, Phaidros, si te conviene escuchar un elogio que ni irá más allá de los límites de la verdad y en el que no habrá efectos rebuscados en las palabras ni en su sintaxis.
Ceto, en contacto amoroso con Forcis, alumbró por último un terrible reptil que en sombrías grutas de la tierra, allá en los extremos confines, guarda manzanas completamente de oro.
Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas, y toda medida que a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos más allá de lo que aquella exija, hará responsable al juez que la autorice.
Hacia otra parte, entretanto, dos africanas llevaban arrastrando las entrañas de un animal;
allá una mulata se alejaba con un ovillo de tripas y resbalando de repente sobre un charco de sangre, caía a plomo, cubriendo con su cuerpo la codiciada presa.
Esteban Echeverría
¡Guarda los de la puerta! ¡
Allá va furioso como un demonio! Y en efecto, el animal acosado por los gritos y sobre todo por dos picanas agudas que le espoleaban la cola, sintiendo flojo el lazo, arremetió bufando a la puerta, lanzando a entre ambos lados una rojiza y fosfórica mirada.
Esteban Echeverría
Una parte se agolpó sobre la cabeza y el cadáver palpitante del muchacho degollado por el lazo, manifestando horror en su atónito semblante, y la otra parte compuesta de jinetes que no vieron la catástrofe se escurrió en distintas direcciones en pos del toro, vociferando y gritando: —¡
Allá va el toro!
Esteban Echeverría