Los cascos y coseletes de la indómita Cantabria, de los fieles castellanos las dobles cueras y calzas; las fulgentes armaduras, de los infanzones gala, del ligero valenciano los zaragüelles y mantas; de chistosos andaluces los sombrerones y capas, y las chupas con hombreras y con caireles de plata; los
turbantes granadinos, jubas, albornoces, fajas; los terciopelos y sedas de vestes napolitanas; de la Bélgica los sayos con sus encajes y randas; los milaneses justillos con las chambergas casacas, y las esplendentes plumas teñidas de tintas varias, con los arcos y las flechas que el cacique indiano gasta, forman un todo indeciso que cubre la extensa plaza de movibles resplandores, de confusión bigarrada.
Ángel de Saavedra
Las cabelleras, bien pegadas en las frentes y recogidas en la nuca, lucían en coronas, en racimos, o en ramilletes de miosotis, jazmín, flores de granado, espigas o acianos. Algunas madres, con mirada ceñuda, tocadas de turbantes rojos, permanecían pacíficas en sus asientos.
(Se oyen pasos). Entran con largos
turbantes, Emires, profetas y viejos Kalifas. (Los pajes alcanzan sorbetes, picantes, Café, arroz, tabaco, pipas y alcatifas).
Julio Herrera y Reissig
Enseguida empezaba un vals, y al son del organillo, en un pequeño salón, unos bailarines de un dedo de alto, mujeres con turbantes rosa, tiroleses con chaqué, monos con frac negro, caballeros de calzón corto daban vueltas entre los sillones, los sofás, las consolas, repitiéndose en los pedazos de espejo enlazados en sus esquinas por un hilito de papel dorado.
21 Entonces estos varones fueron atados con sus mantos, y sus calzas, y sus turbantes, y sus vestidos, y fueron echados dentro del horno de fuego ardiendo.
Se veían brahmanes con
turbantes chatos como la torta de una vaca; músicos con tamboriles revestidos de pieles de serpiente y trompetas en forma de cuerno de elefante; chicos descalzos, de vientre hidrópico y desnudo; sacerdotes budistas con la cabeza afeitada; parias cubiertos de polvo como lagartos y más desnudos que monos; jefes candianos, tripudos, con grandes fajas recamadas en oro y sombreros descomunales como fuentones de plata.
Roberto Arlt
Si pereces, quiera el cielo »Que tu espíritu me llame »Y en las tumbas celebremos »Unas bodas eternales: »Allí te pondré mis flores »Abrazando tu cadáver, »Que si tú me las ceñiste »No es mucho que te las guarde.» III Acmét a sus valientes acaudilla Y enrojece la gasa en los turbantes La sangre que derrama su cuchilla...
Ni tu espejo, río, empaña, Ni enrojecen tus cristales ::Rumorosos, Ya el caballo de campaña, Ni la sangre de guerreros ::Generosos; Ni ya turbantes, ni escudos Arrastran al mar soberbio ::Tus corrientes, Ni los puñales agudos De Toledo, y la corazas ::Esplendentes.
El tabernero de la esquina, el mojigato de la vecindad, el cristiano viejo sin un abuelo que oliera a hereje, el sacristán de amén, parecíanos Muza o Tarik, grandes sultanes de serrallo, incapaces de probar el torrezno y de respirar el vino así que vestían los pantalones bombachos de seda amarilla, las fajas multicolores, las chaquetas bordadas de lentejuelas, los turbantes de gasa llenos de alharacas, las babuchas de tunecino tafilete.
Y al darla la despedida Desde el alto del Padul, Que se pierdan a lo lejos Los contornos vacilantes De vuestros blancos turbantes Entre la atmósfera azul.
Los mercaderes se sientan en el umbral de sus tiendas sobre tapices de seda. Tienen barbas negras, y turbantes cubiertos de broches de oro.
Y he aquí que, terminada la función, habiendo desfilado los que le daban brillo con su presencia, avanzaron hacia el altar mayor unos figurones desmesurados, de descomunal alzada: eran morazos con abigarrados
turbantes, peregrinos vestidos como el del Pico, caricaturas de petimetres y petimetras, espantajos geográficos de «partes del mundo»; y venían a paso vivo, y se paraban ante el Numen, ejecutando su danza de todos los años, mientras la gaita reía, estridulaba, se lamentaba en alguna nota marcándoles el compás con su música popular, agreste, llena de gozoso sentimiento.
Emilia Pardo Bazán