MERLÍN.- ¿Y le parece a usté poco? DON SILVESTRE.- Tío Merlín, usted es un tunante; ¡y si no fuera por sus canas!... MERLÍN.- Señor de Seturas, usté me falta.
¡Pobre Jean Coll! – Herido por Venus, caballero –dijo Peyrehorade riéndose a carcajadas–, herido por Venus y el muy tunante se queja.
y, dale que le darás, las hembras repitieron el consabido es- tribillo. Y por este tono siguió el tunante corista cantándole á su superior las verdades del barquero.
Como en chirona nunca hay un sólo criminal, sino que todos están por una calumnia o una mala voluntad, los jueces creen en ocasiones que hacen obra meritoria para conquistarse el cielo, poniendo en libertad á tanto y tanto inocente angelito. — ¡Ah!
tunante, tus vicios te han traído á la cárcel, dijo un juez.
Ricardo Palma
Yo conozco bien a ese chico y sé que no la esperaría a usted todos los días a estas horas si no tuviera grandes esperanzas por lo menos... -¿Habrá sido capaz, el muy tunante, de decirle a usté lo que no es?
Las Illustrations de Du Bellay, el Aristóteles Peripoliticón y el Cymbalum mundi le parecían muy flojas al lado de la Jerga, seguida de los Estados Generales del reino del Argot, y de los diálogos del pícaro y el tunante, escrita por un papanatas e impresa en Tours con autorización del rey de Thunes, Fiacre el Embalador, Tours, 1603.
Muerto el conde-académico sin sucesión legítima, legó el condado a su primo el limeño don Manuel Díez de Requejo, criollo a las derechas, parrandista, jugador y mujeriego; en una palabra, mozo cunda, cumbianguero y de mucha cuerda. De a legua trascendía a protóxido de
tunante.
Ricardo Palma
No bien vio el Maligno los dedos de la chica formando las aspas de una cruz, cuando quiso escaparse como perro a quien ponen maza; pero, teniéndolo ella sujeto del poncho, no le quedó al
Tunante más recurso que sacar la cabeza por la abertura, dejando la capa de cuatro puntas en manos de la doncella.
Ricardo Palma
Sí, el imperio de las flores en nuestro clima, no le corresponde. ¡Tunante! ¿Qué dirán de él en la otra vida las almas de aquellas pobrecitas a quienes dejó morir de frío después de abrasarlas con importunos calores?
continuó Emma. ¡Aguarda, aguarda, Riboudet gritó el eclesiástico con voz enfadada, te voy a calentar las orejas, tunante! Después, volviéndose a Emma: Es el hijo de Boudet, el encofrador; sus padres son acomodados y le consienten hacer sus caprichos.
-No se olvidará usted de tomarlo, ¿verdad, lady Clem? -dijo lord Arthur, levantándose. -Claro que no me olvidaré, tunante. Encuentro muy amable que te preocupes de mí.
Pero, ¿por dónde la tomo?, torné yo a decir. ¿Me voy al juez de primera instancia y echo a presidio a ese tunante? Esto, si bien desagravia a la ley, no me satisface la corajina, y yo necesito satisfacer la que me ahoga...