¿Recordáis, fabulosos geniecillos, aquel pálido niño, que corría vuestras lomas cubiertas de tomillos, probando en vuestros toscos caramillos su mal seguro aliento?
Los clientes, casi todos, eran italianos, con uno que otro español, y venían a hacer sus compras, acompañados de sus mujeres, las cuales se daban un tono bárbaro, pero con modales toscos de gente sin cultura, enriquecida de golpe.
El burro también quedó con el gallo en muy buenas relaciones mientras se concretó éste a hacer justicia a su templanza y a su amor al trabajo; pero tuvieron que quebrar, pues un día se atrevió el otro a decirle que sus modales eran toscos: ¡Figúrese!
Te llaman bruto porque no sabes hablar, se ríen de ti. Y tú aras, cubriendo de surcos toscos el campo eterno. Ellos pronuncian sermones solemnes, en que se atreven a recordar la vida de Jesús; declaman patrióticamente en el Congreso, donde se atreven a recordar tu vida; sueltan con arte exquisito los brindis al champaña, desabrochándose el chaleco que les oprime demasiado el vientre.
La muchacha, joven y ligera, daba vueltas en torno de su pareja poniendo en ridículo el grueso talle y toscos ademanes de su galán, el cual parecía un enorme oso jugando con una gatita.
Calles de sauces plantados sin simetría, algunos
toscos bancos de adobes y una pila de bronce al costado del conventillo de Santa Liberata constituían la Alameda, que sin embargo de su pobreza, era el sitio más poético de Lima.
Ricardo Palma
Los brazos de los otros dos estaban flexionados sobre su pecho. Los rostros eran toscos y duros en su perfil y con una erizada barba descuidada.
ESCENA SEGUNDA JUAN, MARTA, DON BENITO, DON JULIÁN, UN OFICIAL Y SOLDADOS ACTO SEGUNDO El interior de un jacal sin más mobiliario que
toscos trozos de madera y piedras que sirven de asientos; un metate colocado al lado de un hogar apagado, compuesto de tres piedras sobre las que descansa una olla ahumada.
Ricardo Flores Magón
Repuesto el indulgente lector de la sorpresa que le habrá causado tan extraña salutación, llegamos a la escalerilla, cuya puerta nos abre, entre mil reverencias, el sanguinario pedagogo; subimos media docena de toscos escalones, y entramos al fin en una pequeña sala donde nos hallamos al conocido alcalde de los largos colmillos, sentado ante la única mesa que allí hay, y a su derecha, pero de pie y a respetuosa distancia, al alguacil del concejo.
Abrieron un bazar de artículos de lujo, y la mariposa ofreció polvos de oro al gusano de seda. Éste, buen obrero, pero de toscos modales, contestó con una mueca: «¿Para qué quiero yo polvos de oro?».
Entonces, los «toscos modales» de ciertos líderes serán sustituidos por distinguidos «modales burgueses» (¡como si la indecorosidad externa de aquellos a quienes se alude no fuese el menor de los defectos que se les puede imputar!).
Y ya que como toscos y viles no tuvieran conocimiento ni estimación de sus perfecciones, siquiera como interesables ¿no les moviera sus propias conveniencias y utilidades en tantos beneficios como les hacía, sanando los enfermos, resucitando los muertos, curando los endemoniados?