-concluyó dirigiéndose a doña
Teresa -¡figúraseme que no hay motivo para que me eche usted esas miradas de odio; pues ya no puede tardar en venir mi primo Alvaro, y las librará a ustedes del Capitán Veneno!...
Pedro Antonio de Alarcón
Las asustadas fueron las tres buenas mujeres: doña
Teresa por pura humanidad; Augustias, por cierto empeño hidalgo y de amor propio que ya tenía en curar y domesticar a tan heroico y raro personaje, y la criada, por terror instintivo a todo lo que fuera sangre, mutilación y muerte.
Pedro Antonio de Alarcón
Sólo había abierto hasta entonces la boca, antes de comenzarse la dolorosa operación, para dirigir las breves y ásperas interpelaciones a doña
Teresa y a Angustias, contestando a sus afectuosos buenos días.
Pedro Antonio de Alarcón
Y el Secretario Phelipe Gonçales de Zandoya, pidió solar para sí y para el Capitán Don Benito de Cisneros y Mendoza y para el Capitán Don Joseph de Mestanza; y para el Capitán Mateo Vásquez; y para el Ayudante Joseph Mallea; y para Luis de Morillo; y para Joseph de Contreras; y para Ana de Miranda; para María Teresa de Guzmán; y para Doña Tomasa de Ayala, Juan de Salazar.
-se atrevió a preguntar don Jorge, no concibiendo que Angustias supiese cosas que sólo a él, y momentos antes de expirar, había referido doña
Teresa.
Pedro Antonio de Alarcón
¡Estas chiquillas se lo quieren saber todo! ¿Pues ignora usted que doña
Teresa acababa de enajenar una joya de muchísimo mérito?...
Pedro Antonio de Alarcón
Volvieron a llamar a esto a la puerta de la calle, e instantáneamente la abrió
Teresa, lo cual demostraba que no había dado un paso desde que se marchó la visita; y entonces se oyeron estas exclamaciones de Angustias: -¿Por qué nos aguardabas con el picaporte en la mano?
Pedro Antonio de Alarcón
Entretanto, doña
Teresa, y sobre todo la locuacísima Rosa (que cuidó mucho de nombrar varias veces a su ama con los dos títulos en pleito), enteraron, velis nolis, al ceremonioso Marqués, de todo lo acontecido en la casa y sus cercanías, desde que la tarde anterior sonó el primer tiro hasta aquel mismísimo instante, sin omitir la repugnancia de don Jorge a dejarse cuidar y compadecer por las personas que le habían salvado la vida...
Pedro Antonio de Alarcón
Efectivamente: don Jorge, desde la alcoba, vio entrar en la sala a doña
Teresa casi arrastrando, colgada del cuello de su hija y de la criada, y con la cabeza caída sobre el pecho.
Pedro Antonio de Alarcón
La propia doña
Teresa me dio la misma contestación que usted, cuando le revelé mi inquebrantable propósito de no casarme nunca...
Pedro Antonio de Alarcón
Yo no pasaré jamás por esta calle, para que la maledicencia no murmure... y, únicamente el día de Muertos iremos juntos al cementerio, con Rosa, a visitar a doña
Teresa...
Pedro Antonio de Alarcón
-añadió Angustias, que había oído toda la conversación desde la puerta de la sala. Doña
Teresa se echó también a llorar, al verse tan aplaudida y celebrada.
Pedro Antonio de Alarcón