Al año siguiente había ya crecido bastante, y lo mismo al otro año, pues en los abetos puede verse el número de años que tienen por los círculos de su tronco. “¡Ay!, ¿por qué no he de ser yo tan alto como los demás?” -
suspiraba el arbolillo-.
Hans Christian Andersen
El abeto
suspiraba profundamente, y cada suspiro semejaba un pequeño disparo; por eso los chiquillos, que seguían jugando por allí, se acercaron al fuego y, sentándose y contemplándolo, exclamaban: «¡Pif, paf!».
Hans Christian Andersen
La noche estaba serena y hermosa; la luna brillaba en toda su plenitud en lo más alto del cielo, y el viento
suspiraba con un rumor dulcísimo entre las hojas de los árboles.
Gustavo Adolfo Bécquer
Pero el pequeño abeto sólo
suspiraba por crecer; no le importaban el calor del sol ni el frescor del aire, ni atendía a los niños de la aldea, que recorran el bosque en busca de fresas y frambuesas, charlando y correteando.
Hans Christian Andersen
Hundida la infeliz en su abandono, suspiraba de amor por quien la olvida, por quien su amor pospone y su ternura a una caricia sin pudor vendida de la insolente bailarina impura.
Sentado junto a Olimpia y con su mano entre las suyas le hablaba de su amor exaltado e inspirado con palabras que nadie, ni él ni Olimpia, habría podido comprender. O quizá Olimpia sí, pues le miraba fijamente a los ojos, y de vez en cuando suspiraba: ―¡Ah..., ah..., ah...,!
―y cosas parecidas. Pero Olimpia suspiraba y contestaba solo: ―¡Ah..., ah...! El profesor Spalanzani pasó varias veces junto a los felices enamorados y les sonrió con satisfacción.
En la época a que nos referimos, los caballeros de la Orden habían ya abandonado sus históricas fortalezas; pero aún quedaban en pie restos de los anchos torreones de sus muros; aún se veían, como en parte se ven hoy, cubiertos de hiedra y campanillas blancas, los macizos arcos de su claustro, las prolongadas galerías ojivales de sus patios de armas, en las que
suspiraba el viento con un gemido, agitando las altas hierbas.
Gustavo Adolfo Bécquer
Deteniéndose un momento a considerar los gustos y las inclinaciones de un marino en los ejemplos que dejo citados y en otros del mismo género, que no consigno por muchas razones a cual más atendible, hay que convenir en que había en su carácter mucho de pueril; era ni más ni menos que un muchacho con barbas y mucha fuerza; inquieto, enredador, caprichoso, alegre, indiferente a todos los sucesos del mundo, y apegado con invencible pasión a las calles, a los tipos, a las costumbres de su pueblo natal. Por él suspiraba en Londres, y en Nueva-York, y en los puertos más concurridos y llenos de maravillas.
Observación parecida había hecho en la posada, notando que la patrona, doña Concha, suspiraba, bajaba los ojos y retorcía las puntas del delantal en cuanto se quedaba sola con él.
Era vieja la una, y no la aquejaba al parecer nada; la otra era moza, linda, y tenia trazas de estar muy apesadumbrada:
suspiraba, y lloraba, y eso mismo le daba mas gracia.
Voltaire
Entre la muchedumbre, Niní y su padre trataban de avanzar, abriéndose paso. Les era difícil, y la niña
suspiraba, protestaba. -Papá, no nos dejan ver...
Emilia Pardo Bazán