-Los que a ti no te gustan no son los güenos mozos, sino los que saben demasiado bien y de corrío que lo son, ¡ésos son los que a ti no te alegran las pajarillas, salero!
-exclamó el apasionado de la de Estepa-. Pos si yo no sé cómo no se ma gastao ya la campanilla de gritarle ¡olé, y olé tú y olé tu madre, salero!
Lo que yo le tengo aconsejao es que haga lo que yo haría si mi Pedro fuera como usté: bailar al son que me tocaran y cobrarme por ca diente toíta una dentaúra. Pos qué, ¿es que usté cree que las mujeres semos de corcho u de serrín o de pasta pa macarrones, salero?
-¿Pos no lo he de saber, qué gracioso que eres tú; no lo he de saber, si me jiciste que te emprestara los cuatro chavicos que tenía yo arrejuntaos pa pagarle a tu compadre el viaje, porque aquel día estabas tú con más boqueras que un mirlo? -Y que de eso te puées tú quejar, salero, cuando eres peor que nadie pa las gabelas.
-Déjate de pamplinas -exclamó en aquel momento Soledad, retirando blandamente su mano de las de Dolores. -¡Pamplinas! -exclamó ésta- Pero ¿no es verdá lo que yo te digo, salero? -Sí, que es verdá.
Cuando entramos ayer en cazadero, cazaba con tal calma y tal
salero que me obligó a pensar subiendo al cerro: ¿Si habré sido yo ingrato con el perro?
José María Gabriel y Galán
Güeno; pos como yo te tengo a ti voluntá, vengo a decirte que es un contra Dios lo que está jaciendo contigo la Bigotona. -¡Bah!, ¡yo creía que era de otra cosa de lo que tú me dibas a platicar, salero!
pos bien, señó Paco, llegó el Certero y le chifló a María, y María que lo estaba aguardando jaciendo un pañuelo de croché, salió a la ventana y se pusieron a platicar como siempre y a decirse chuflas, porque el Joseíto, parneses no sé yo si tendría u no tendría, pero lo que es salero...
Saltó en tierra lleno de agilidad, y díjole a su mujer, sonriéndole cariñosamente, al par que ataba el caballo por la brida a los hierros de la ventana: -¡Dios te bendiga, salero, y qué ganitas que tenía yo ya de ver tu cara morena!
A esta limpieza añade una más limpia, que el culo tuyo más puro que un salero está, y ni diez veces cagas en todo el año, y aun esto más duro es que una alubia o unas piedrecillas, lo cual tú si con las manos trizaras o refregaras, nunca un dedo emponzoñarte podrías.
-Pos bien -exclamó la Rabicortona continuando el relato que comenzara el Cerote-, el Greñitas y el Azúcar estaban dambos a la vez más locos que cencerros por la Tururú, la que, dicho sea con perdón de ustedes, pa mí no es una mujer, sino un catite... -Ya lo quisiera yo pa endurecerme la dentaura, salero.
Como que mi Pepa se troncha, pero que se troncha oyéndolo, y con razón, porque es que yo no me he trompezao nunca con otro como él pa eso de contar chascarrillos, y si no fuera el hombre tan apegao a la mugre y no tuviera, como tiée, una nariz que es una trompeta, porque es que Dios tó lo que le ha dao de salero...