Y a querer también, hubiera podido vengarse Rosario de su marido, que como dueña y señora que era de su cuerpo gentil y lleno de tentadoras arrogancias, de ojos oscuros, grandes y acariciadores; de pelo rubio y abundantísimo, de tez ligeramente atezada y, además, de una cara llena de ángel y de rocío, de una voz grata y rítmica, fueron muchos y de los de más cartel los mozos del barrio que habíanse dedicado a cimbelearla sin lograr elevar sus pendones en la inexpugnable fortaleza.
Tu hombre no es capaz de faltarte, tu hombre no ve más que por los ojos de tu cara, y manque es verdá que si él quisiera mujeres, mujeres tendría más que tordos los olivares, porque el zagal es muy simpático y tiée mucho rocío y mucho don de gentes, hablando en plata, y la verdá es que entoavía no se ha escurrío en naíta, y si se ha escurrío, yo te juro a ti que lo que es yo no me he enterao.
-exclamó el viejo, y tras algunos instantes de silencio, continuó: -Pos como diba diciendo, la Antoñuela, que tenía un carácter to cascabeles, desde punto y hora en que vio por vez primera al Niño le gustó el Niño, lo cual no tiée naíta de particular, porque el Niño, dicho sea mejorando a los presentes, no tiée mal perfil ni malas jechuras, y le ha puesto Dios en el mo de mirar y en el mo de sonreír la mar, pero que la mar, de rocío...
Cada amanecer y cada atardecer teníamos té diamantino: era el
rocío; durante todo el día nos daba el sol, cuando no estaba nublado, y los pajarillos nos contaban historias.
Hans Christian Andersen
Los niños ignoran la leyenda; de otro modo, oirían llorar al que se halla bajo la tierra, y el
rocío de la hierba se les figuraría lágrimas ardientes.
Hans Christian Andersen
-Alégrate de ser joven -decían los rayos del sol-; alégrate de ir creciendo sano y robusto, de la vida joven que hay en ti. Y el viento le prodigaba sus besos, y el
rocío vertía sobre él sus lágrimas, pero el abeto no lo comprendía.
Hans Christian Andersen
Antes de haberlos recorrido todos, se había puesto el sol; claro que había empezado algo tarde. Se enfrió el ambiente, cayó el
rocío, mientras soplaba el viento; lo mejor era retirarse a casa.
Hans Christian Andersen
¡El sol era tan cálido, el aire tan refrescante!... Me bebía el límpido
rocío y la lluvia generosa; respiraba, estaba vivo. De la tierra, allá abajo, me subía la fuerza, que descendía también sobre mí desde lo alto.
Hans Christian Andersen
Y aquella en que pediste, mansión santa con alborozo pío el celestial
rocío para mí, débil niño, frágil planta; Y tantos ¡ay me!, tantos caros objetos que, en mis triste historia de miserias y de llantos, marcan a mis quebrantos breve tregua tal vez con su memoria: Todos yacen perdidos; que ausente del hogar en tierra extraña.
Rafael María Baralt
ran aún los agitados días En que mi juventud abandonada Adivinó tal vez horas impías Entre el crespón de la insondable nada; Cuando con ojo avaro y penetrante, Aun no poeta, el porvenir medita El niño, y ve pasarlo por delante Árida nada que su sed irrita; Cuando el nombre del niño no es un nombre, Cuando la idea informe no es idea, Y en el alma del niño nace el hombre Que idea y nombre se conquista y crea; Entonces, de la vida en el vacío, Soñé un bello fantasma que rodaba: Gota brillante y fresca de rocío En flor que brota entre pajiza lava.
De dos en dos se balanceaban en equilibrio sobre las abultadas gotas de
rocío, depositadas sobre las hojas y los tallos de hierba; a veces, una de las gotitas caía al suelo por entre las largas hierbas, y el incidente provocaba grandes risas y alboroto entre los minúsculos personajes.
Hans Christian Andersen
Dos veces saltó y se ocultó en la maleza: eran transeúntes, «gente de a caballo», un cura, una pareja a estilo de Portugal, hombre y mujer sobre una misma yegua, apretados y contentos. La tarde caía, el
rocío enfriaba y escarchaba la hierba, enmudecían los pájaros o piaban débilmente.
Emilia Pardo Bazán