¡El réquiem cantado por vosotros, por ti, mirada oscura; por ti, lengua calumniosa, que habéis causado la muerte de la inocencia que muriera tan joven Precavimos:!pero no deliréis más¡ ¡Y Que el canto del Sabbath Suba hasta Dios tan solemnemente que La muerte no sienta ningún mal!
Mujer viuda que se fue a lo del siglo, con talle de bayeta, espíritu carmesí, cuerpo de réquiem y alma de «aleluya», manto transparente, monjil malicioso, tocas con cuidado y guantes de olor, vale ocho reales, porque ella cansa y el amigo la acompaña.
Y este soy yo: de este año de fiestas y motines sentí no más pasando zumbar en mi balcón los ecos más discordes, con pretensión de afines al parecer, pues juntos y a un tiempo oí clarines, campanas, tiros, órganos y salvas de cañón: aplausos, mueras, silbas, los salmos del entierro, el Réquiem y el Hossanna, los pitos y el fagot: murgas, orfeones, bandas, el arpa y el cencerro, chillidos de dos monos y hasta el ladrar de un perro…; todo el confuso estrépito que, huyendo de su encierro, harían las cuarenta legiones de Astaroth.
VII El viento adormecido sobre cuatro panoramas gritará sus silencios reprimidos al asombro y otro cuerpo llegará tras el presagio de siluetas desangradas en un
réquiem que se escuche en las voces de los ecos, que se mire en los cantos de las selvas, que se palpe en la furia de cadenas derruidas, que se sepa en las hieles derrotadas y se huela en los aires solidarios...
Antonio Domínguez Hidalgo
duérme al arrullo Del mismo padre Niágara que un día Recién nacida te arrulló,(1) y no ha mucho Recién feliz te prometió arrullarte. Duérme, y al par que a tus guirnaldas llegue El perdurable réquiem que él te canta.
Cura gracioso y parlando Sus vecinas el Doctor, Y siendo grande hablador Es un mátalascallando. A su mula mata andando, Sentado mata al que cura, A su cura sigue el Cura Con
réquiem y funeral.
Francisco de Quevedo
Y, sin embargo, aunque el horrible muro lo cerca por cada lado y un espíritu no puede caminar de noche cuando se halla aherrojado, y puede sólo llorar cuando yace en tierra no consagrada, está en paz -este hombre desgraciado-, en paz, o pronto lo estará: nada hay que ya pueda enloquecerle, ni camina el Terror a mediodía porque la tierra oscura en que yace no tiene ni Sol ni Luna. Como a bestia lo colgaron; ni hubo siquiera un réquiem que tal vez trajera paz a su alma sobrecogida.
Sender, a su vez, confiesa a Laforet que "el césar pequeñito" era la única persona a la que guardaba rencor. El autor de Réquiem por un campesino español detalla a su amiga sus crisis de ansiedad "porque no me avengo a ser viejo".
Brahms, que era agnóstico, compuso esta obra sobre textos bíblicos, pero escogiéndolos de modo que se reflejaran mucho más los aspectos humanos de la muerte que los propiamente religiosos, por lo que supone una contribución muy especial al género, ya que no se trata de una misa de réquiem propiamente dicha.
Durante su visita a Viena en 1781, tras ser despedido de su puesto en la corte, decidió instalarse en esta ciudad donde alcanzó la fama que mantuvo el resto de su vida, a pesar de pasar por situaciones financieras difíciles. En sus años finales, compuso muchas de sus sinfonías, conciertos y óperas más conocidas, así como su Réquiem.
Durante casi treinta años compuso obras musicales que han llegado a formar parte del repertorio esencial de la música del Romanticismo, y que ya durante la vida de Brahms fueron acogidas muy favorablemente, de forma que se le consideró como uno de los grandes compositores de su época. Su primer éxito importante lo tuvo con su Réquiem alemán.
Realizó numerosas composiciones, incluyendo algunos de sus trabajos más admirados: la ópera La flauta mágica (Die Zauberflöte, KV 620), el último concierto para piano y orquesta (n.º 27 en si bemol mayor, KV 595), el Concierto para clarinete en la mayor KV 622, el último de su gran serie de quintetos de cuerda (KV 614 en mi bemol mayor), el motete Ave verum corpus KV 618 y el inacabado Réquiem en re menor KV 626.