Teodosia buscando tachas que ponerla, por no desmayar en su esperanza; don Rafael hallándole
perfecciones, que de punto en punto le obligaban a más amarla.
Miguel de Cervantes Saavedra
Cuando los vecinos del barrio pasaban por delante de la tienda del judío y veían por casualidad a Sara tras las celosías de su ajimez morisco y a Daniel acurrucado junto a su yunque, exclamaban en alta voz, admirados de las
perfecciones de la hebrea: -¡Parece mentira que tan ruin tronco haya dado tan hermoso vástago!
Gustavo Adolfo Bécquer
2 Fomentar la prosperidad general, decretando la apertura de caminos y canales, o su mejora, sin impedir a los estados la apertura o mejora de los suyos; estableciendo postas y correos, y asegurando por tiempo limitado a los inventores, perfeccionadores o introductores de algún ramo en industria derechos exclusivos por sus respectivos inventos, perfecciones o nuevas introducciones.
Añádanse a estas
perfecciones brevísimo pie, torneada pantorrilla, cintura estrecha, aire de taco y sandunguero, de esos que hacen estremecer hasta a los muertos del campo santo.
Ricardo Palma
Ahora bien; con estos maestros de disparatada doctrina disputaron oportunamente aquellos sabios que llamamos Apologistas, quienes precedidos de la fe usaron también los argumentos de la humana sabiduría con los que establecieron que debe ser adorado un sólo Dios, excelentísimo en todo género de perfecciones, que todas las cosas que han sido sacadas de la nada por su omnipotente virtud, subsisten por su sabiduría y cada una se mueve y dirige a sus propios fines.
La explendidez del bateo no hay medio de describirla, y fueron madrinas de la princesita todas las hadas que pudieron hallar en el país, y siete fueron, con el propósito de que cada una de ellas le concediera un don, como era costumbre entre las hadas en aquel entonces; y por este medio tuvo la princesa todas las perfecciones imaginables.
Tu padre me llevó recién casada a Inglaterra. Todo lo hallé muy hermoso en aquel país de las perfecciones materiales. Pero, hijo mío -añadió poniendo su mano sobre su corazón-, este rinconcito que tenemos aquí no lo hay allí!
Porque Dios, como autor y padre de todos, de ninguno tiene necesidad; pero es bien para nosotros que le honremos con la justicia y castidad y con las demás virtudes, haciendo que nuestra vida sea una oración que le esté pidiendo continuamente la imitación de sus perfecciones e inquisición de la verdad.
Figuraos una carne virgen y nacarada, como formada de hojas de rosa té y reflejos de perla oriental; una cascada de cabello fluido, solar, esparcida por la espalda y juguetona en dorados copos ligeros hasta el borde de la túnica; unas formas gráciles y castas, largas y elegantes, nobles como la sangre azul que le corría por las venas y se transparentaba dulcemente al través de la piel de raso; unos ojos inocentes, santos, inmensos, en que copiaba su azul el infinito: una boca risueña, fragante; unos dientes cristalinos; unas manos largas, blancas como hostias; y aun sumando tantas
perfecciones, os quedaréis muy lejos del conjunto que se admiraba en la princesa Querubina.
Emilia Pardo Bazán
No porque todas las perfecciones y todas las obras ad extra no sean comunes a las tres divinas Personas, pues indivisibles son las obras de la Trinidad, como indivisa es su esencia(10), porque así como las tres Personas divinas son inseparables, así obran inseparablemente(11); sino que por una cierta relación y como afinidad que existe entre las obras externas y el carácter «propio» de cada Persona, se atribuyen a una más bien que a las otras, o —como dicen— «se apropian».
Después demuestra (la razón) que Dios sobresale singularmente por la reunión de todas las perfecciones, primero por la infinita sabiduría, a la cual jamás puede ocultarse cosa alguna, y por la suma justicia a la cual nunca puede vencer afecto alguno perverso; por lo mismo que Dios no solo es veraz, sino también la misma verdad, incapaz de engañar y de engañarse.
Le halagaba, sin darse él cuenta, el verse tan fuera y por encima de todo snobismo concupiscente; y esto, sin pretender perfecciones morales de que, ¡ay!, sabía él, definitivamente, que estaba muy lejos.