Lo mismo pasa con los hijos, cuyo ser es como la saliva, la baba, la cual, sea de hijos de jefes, sea de hijos de Sabios, de oradores, no se pierde sino que se extiende, se continúa, sin que se extinga, sin que se aniquile la faz del jefe, del Varón, del Sabio, del Orador.
¡Cuán grande varón fue el que admiró al varón que a su mismo Catón fue admirable! El autor del Diálogo de los oradores, que, con nombre de Quintillano, abulta las obras de Tácito, cap.
382, 385 y en la exposición formulada por el señor Pivel que veremos más adelante; :2º) que en la presentación de los oradores que nuestro Presidente formuló entonces dio importante información sobre la personalidad de los disertantes; :3º) que hizo, en algunos casos, valiosas aportaciones y expuso criterios, a veces, en oposición con cuanto afirmaron los invitados vale decir, sin concesiones, sin sacrificar la verdad científica al protocolo y :4º) que promovió y logró acuerdos de reciprocidad con otras academias, con lo cual fue precursor de la actual Asociación Iberoamericana de Academias de la Historia de la que, según es notorio, este Instituto es fundador.
Los obreros continuaron escuchando a otros
oradores que maullaban las dulces promesas y dramatizaban, como los antiguos mártires y los nuevos...
Antonio Domínguez Hidalgo
Mitología es el aire de ideas que respiramos a toda hora; son los pensamientos espontáneos que van por las calles de las urbes como canes sin dueño; son las emociones anónimas que mueven las muchedumbres; son los prejuicios de las madres y las pardas consejas que cuentan las nodrizas; son los lugares comunes de la Prensa y de los oradores.
No era un hombre de palabra, quiero decir, no era un orador, porque en este desgraciado país lo que sobran son oradores, lo que hace falta es carácter, hechos y mucha consecuencia-.
¡Qué de facciosos no se han perdonado! ¡Qué de gracias no se han dicho por vanos insignes
oradores! ¡Cómo en menos de un año ha dicho el uno un chascarrillo, y cómo le han contestado con otro y con otros!
Mariano José de Larra
Cada uno de nuestros
oradores es un Temístocles; con tal que le dejen hablar, él le dirá también a la guerra civil, al Pretendiente, a toda calamidad: «¡Pega, pero escucha!».
Mariano José de Larra
Sus escuelas, sus universidades son las más acreditadas del mundo, y en cada calle de París hay una conferencia diaria, en que el público oye a los primeros oradores, publicistas y hombres de ciencia, que son su orgullo.
Allí oyó expresarse a los oradores en términos semejantes a los que había leído en el periódico, con la diferencia de que en el club se excitaba a romper la crisma a su majestad por todos los medios legales y a pegar fuego al trono en que se sentaba.
Hay reyes como el chichimeca Netzahualpilli, que matan a sus hijos porque faltaron a la ley, lo mismo que dejó matar al suyo el romano Bruto; hay
oradores que se levantan llorando, como el tlascalteca Xicotencatl, a rogar a su pueblo que no dejen entrar al español, como se levantó Demóstenes a rogar a los griegos que no dejasen entrar a Filipo; hay monarcas justos como Netzahualcoyotl, el gran poeta rey de los chichimecas, que sabe, como el hebreo Salomón, levantar templos magníficos al Creador del mundo, y hacer con alma de padre justicia entre los hombres.
José Martí
-dijo-, pues con un buen redactor, también habría oradores en el concejo de mi pueblo.» Curado con estos desengaños de la pasión política, diose a lo de puro recreo; y quiso contemplar de cerca lo que tanto admiró desde lejos: la casa de fieras .