Dió comision el consejo supremo á un primer
mandarín para que me arrestara; el qual mandó á un alguacil, que tenia á sus órdenes quatro corchetes, que me prendiesen, y me atasen con toda ceremonia.
Voltaire
«¡Puh! ¡puh!» contestaba el
mandarín, hinchando la cabeza, a todos los que le hablaban. Pero al emperador no le decía ni «¡puh!» ni «¡pih!»; sino que se echaba a sus pies, con la frente en la estera, esperando, temblando, hasta que le decía «¡levántate!» el emperador.
José Martí
Algo disgustaba al elegante ir convertido en cicerone de un ente tan grotesco; pero la intimidad con que le trataba el personaje cortesano le hizo ver en el de la aldea un mandarín inculto, una potencia electoral, un reyezuelo de provincia.
El Gran Consejo, que carecía de patriotismo y de otras virtudes elementales, estaba siempre dividido en dos grupos. Unos que adulaban al Mandarín, y otros que le hacían guerra.
Ningún mandarín nbernaba en Siké –a excepción del mandarín Rat-Hon– con más amplios poderes; extorsionaban; imponían, negociaban.
Lo que dio lugar a que muerto el gran mandarín no pocos de sus adeptos se transformaran en lo que fueran siempre: seres relajados, ánimas impuras, redomados canallas, negociadores del dinero público, corruptores de las conciencias y farsantes para quienes las leyes eran papeles escritos sin trascendencia.
Cuando un adorador de Weng-Chan –dios de la literatura– era favorecido en sus versos y canciones, cuando el rico sembrador hacía una buena cosecha de habas; cuando el vil carnicero sacaba más pesas de grasa del cerdo joven; cuando el pobre de hacienda, a fuerza de estudio y de virtud era favorecido por el mandarín; cuando el transeúnte llevaba un traje de seda amarillo, cuando el honesto labriego podía comer un paté de entrañas de gamo o un nido de golondrinas; cuando el alumno distinguido de la academia conseguía una mención de honor; cuando el justo era alabado; cuando algo bueno hacía sonreír el alma de los habitantes de Siké, los enfermos de la "torva enfermedad" saciaban su despecho en la reputación del favorecido.
El general que mató al príncipe tártaro obtuvo todas las condecoraciones de China, el título de primer mandarín y una pensión de miles de miles para él y sus herederos.
El chin-fú-tón, que antes de entrar al Pozo Siniestro era humilde, servil y familiarizado y hasta agradecido con el puntapié que recibía, tomábase una vez en el Consejo, insolente, audaz y despótico. Ay del que cayera en el odio peligroso de un chin-fú-tón, sobre todo si éste era protegido del mandarín a quien servía!
¡Tsing-pé! -salió diciendo el
mandarín mayor, que iba dando vueltas, con los brazos abiertos, escaleras abajo. Y los mandarines todos se echaron a buscar al pájaro, para que no pasease a la noche sobre sus cabezas el emperador.
José Martí
El
mandarín les hizo observar, con toda la discreción posible, lo necesaria que es la buena educación en las discusiones, les dijo que en China jamás se discute y les preguntó de qué se trataba.
Voltaire
La acción vituperable de Rat-Hon, para con el mandarín Chin-Kau y para con el gran General Ton-Say, hizo escuela en Siké. Desde aquel día todos los lugartenientes quisieron seguir las huellas de Rat-Hon.