Saltó él de su montura, empuñada la pistola; pero la
Loba, sin darle tiempo a nada, desde el mismo suelo en que yacía, se le abrazó a las piernas y logró tumbarle.
Emilia Pardo Bazán
Hijos del gallo de Galia cual los de la
loba de Italia placen al cóndor magnífico, que ebrio de celeste azur abre sus alas en el sur desde el Atlántico al Pacífico.
Rubén Darío
Viene sola, como flaca
loba joven por el látigo del hambre flagelada, con la fiebre de sus hambres en los ojos, con la angustia de sus hambres en la entraña.
José María Gabriel y Galán
No envidiaras solamente al pajarillo que en el nido duerme inerte con la carga de alimentos regalados que calientan sus entrañas, envidiaras del famélico lobezno los festines que la
loba le depara, si en la noche tormentosa con fortuna da el asalto a los rediles de las cabras...
José María Gabriel y Galán
Suponen que concibió de Marte dos hijos gemelos, honrando y excusando de este modo su estupro, y apoyándolo con que a los muchachos o niños expuestos los crió una loba.
¿Quién dirá que las savias dormidas no despiertan entonces en el tronco del roble gigante bajo el cual se exprimió la ubre de la
loba romana?
Rubén Darío
Siete puertas hay antes que se llegue a mi aposento, fuera de la puerta de la calle, y todas se cierran con llave; y las llaves no me ha sido posible averiguar dónde las esconde de noche. CRISTINA Tía, la llave de
loba creo que se la pone entre las faldas de la camisa.
Miguel de Cervantes
Sus compañeros se le echaron encima como jauría furiosa. ¿A ver si se atrevía él con la
Loba, ya que era tan guapo y tan sereno? ¿A ver si le mandaban a soltar andaluzadas a otra parte?
Emilia Pardo Bazán
Se alejan los miedos de murallas viejas y escándalos quedos me tejen de rejas. Un libro en la alcoba se me abre infinito y la muerte loba derrumba su mito.
-Con la gavilla no me atrevo -dijo el muchacho cuando se calmó el alboroto-, por aquello de que dos moros pueden más que un cristiano; pero lo que es con la señora
Loba..., caramba, de hombre a hombre...
Emilia Pardo Bazán
-¡Yo cubijera!... ¡Yo! -aulló aquélla, transformándose repentinamente en una loba rabiosa. -¡Tú, sí!... Y esa bribonaza que me habéis quitao de entre las manos te corría los cubijos cuando tu pobre marido supo lo que eras; ésta te traía el aguardiente y te vendía los cuatro trapos para comprarlo...
La fiebre de la madre, de aquella
loba defensora de su cachorro, que ni comía ni dormía, sustentada con un buche de aguardiente, se comunicaba a los salvadores.
Emilia Pardo Bazán