—Tendrá hoy España (dice la ilustre hija de Galicia) hasta seis escritores que igualen á Montalvo en el conocimienta y manejo del idioma; pero ninguno que lo aventaje.— Y Caste- lar, según la feliz expresión de un crítico distinguido, (1) se arroja en brazos de Montalvo como si viera en él á Cervantes resucitado.
Iremos a escon-dernos en mi hacienda de Tixul. La Niña Chole me acarició con una mirada larga, indefinible. Aquellos ojos de reina india eran lánguidos y brillantes: Me pareció que a la vez reprochaban y consentían.
La piedra de armas y un largo epitafio, recordarían las hazañas del caballero, y muchos años después, su estatua de piedra, dor-mida bajo el arco sepulcral, aún serviría a las madres para asustar a sus hijos pequeños.
Es, pues, tan claro como el agua de puquio que sólo de 1555 a 1560 pudo haber limeñas hijas de padre y madre españoles, o de peninsular e india peruana en condiciones de formar un núcleo capaz de imponer moda como la de la saya y manto.
Esc don Manuel Joaquín de Cobos fué autoridad muy popu- lar, y poseo una acuarela de Pancho Fierro que lo representa en traje de cabildante, con sombrero de tres candiles, bastón con borlas y espadín.
Con la misma pluma con que escri- biera, en 1807, el elogio universitario de Abascal; en 1812, el discurso contra los insurgentes del Alto-Perú; en 1816, el elo- gio del virrey Pezuela; y en 1819, la oración fúnebre por los prisioneros realistas en la Punta de San Luis, producciones todas de subido mérito literario; con esa misma pluma, repe- timos, escribió, en 1824, el sermón por los patriotas que mu- rieron en la batalla de Junín; el elogio académico de Bolívar, en 1826; el bellísimo artículo crítico titulado El Fmilico, en que puse al Libertador como ropa de pascua, y la tan popu- lar letrilla Sucre, en el año veintiocho, irse á su tierra promete...
La soledad y el hielo de su vida le acosan en este día en que se rinde culto a la familia, se prende el
lar de los afectos y se piensan en los ausentes y en los muertos queridos.
Tomás Carrasquilla
Gentil sangre latina, el peso de esta carga no os asombre; no hagáis ídolo un nombre hinchado y sin cimiento; que el que derrote hoy gente riscosa a nuestro entendimiento pecado es nuestro, y no natural cosa. ¿No es éste el lar que vi yo el primer día?
El tío se encogió de hombros y, asomándose, descargó una vez más la escopeta a bulto. Luego corrió al lar y descolgó briosamente el pesado pote, que, pendiente de larga cadena de hierro hervía sobre las brasas.
Si tu no sabes mi querida espósa :::Hallar las mis ovejas dó sestean, :::Aballa tu ganádo presurosa, :::Y tus cabritos que pacer deséan. Aballar Vale tambien lo mismo que abatir, ò abaxar à tierra. Es voz antiquada. lar. Humo, aut solo asprigere.
Que no debe ser tan hondo su patriotismo, lo pregona elo- cuentemente que no han dudado un momento en convertir el so- lar de España en un charco de sangre, sacrificando cuantas vi- das sean precisas para saciar sus apetitos de mando, halagan- do de paso, con ello, a la alta burguesía y a la reacción ne- gra de los enemigos de toda li- bertad; que no sienten el menor cariño ni el respeto más insig- nificante por las instituciones republicanas, lo demuestra con toda claridad la decisíón y el coraje con que ponen en peli- gro su seguridad.
Las mutuas hazañas de aquel matrimonio endiablado se resolvían en una epopeya palpitante de pescozones a la aurora y escandaleras al ocaso. El cónyuge le prendió, junto al suyo, otro
lar, con mucha leña y mucha llamarada.
Tomás Carrasquilla