Y en febril trote musical fueron transcu-rriendo siete horas de movimientos: Aquellos se enlazaban como serpientes; esos se retorcían como moluscos; algunos brincoteaban como mandriles; estos se retorcían como enloquecidas chachalacas, otros se arrastraban como
lagartijas.
Antonio Domínguez Hidalgo
Las lagartijas, tan gustosas del sol, ya no hacían sus ejercicios acostumbrados sobre las piedras del monte ni las serpientes de cascabel hacían bailar a la colectividad con el ritmo de su cola bullanguera.
Acudieron en seguida a empaparse en ella todas las sabandijas, que eran las personas que habían ido allí con el mismo intento que había llevado el niño, por lo cual todos los lagartos se volvieron caballeros andantes; las lagartijas, princesas; los grillos, músicos; los cigarrones, danzantes; las chicharras, periodistas; las arañas, doncellas; las curianas, estudiantes; los escarabajos, doctores; los mosquitos, cantantes; las moscas, viudas, y los gorgojos, niños.
Esta razón es la más probable; y no porque nosotros fuéramos tan bravos que osáramos prender a la justicia: es que sobre ésta y sobre nosotros mismos, medio aclimatados ya a aquella temperatura, estaba el verdadero señor del territorio haciendo siempre de las suyas; el que intervenía en todos nuestros juegos como socio industrial; el que pagaba si perdía, con el crédito que nadie le prestaba, pero que, por de pronto, ganaba cuanto jugábamos; el que con sólo un silbido hacía surgir detrás de cada montón de escombros media docena le los suyos, dispuestos a emprenderla con el mismo Goliat; el que era tan indispensable al Muelle de las Naos como las ranas a los pantanos, como a las ruinas las lagartijas; EL RAQUERO, en fin.
La advertida ignorancia de su merced, junta a la malicia del mono y a la prevención del hombre entrado en años, aconsejábale no fijar nunca la vista en sus interlocutores, a fin de que no descubriesen las marras de su inteligencia o de su saber; y si la fijaba, era de un modo tan vago, tan receloso, tan solapado, que parecía que aquellas pupilas miraban hacia adentro, o que aquel hombre tenía otros dos ojos detrás de las orejas, como las
lagartijas.
Pedro Antonio de Alarcón
Deslustradas por la costra del polvo recalcitrante, se yerguen, como maraña de lanzas oxidadas, y no sienten, como los cercos montañeros, ceñida a su desnudez, la gaya caricia de las enredaderas. No son más que guarida de lagartijas y garrobos; y es muy raro que de entre de ellas irrumpa algún pájaro.
Se olvidó luego deello, mientras el fox-terrier continuaba cazando ratas, algún lagartoo zorro en su cueva, y lagartijas.Entretanto, los días se sucedían unos a otros, enceguecientes,pesados, en una obstinación de viento norte que doblaba las verdurasen lacios colgajos, bajo el blanco cielo de los mediodías tórridos.
Algunas vezes matan algunos venados : y a tiempos toman algun pescado : mas esto es tan poco y su hambre tan grande, que comen arañas, y huevos de hormigas, y gusanos, y
lagartijas, y, y culebras, y que matan los hombres que muerden, y comen tierra, y madera, y todo lo que pueden aver, y estiercol de venados, y otras cosas que dexo de contar : y creo averiguadamente que si en aquella tierra oviesse piedras las comerian.
Álvar Núñez Cabeza de Vaca
La prueba, si no concluyente, desanimó a Cooper. Se olvidó luego de ello, mientras el fox-terrier continuaba cazando ratas, algún lagarto o zorro en su cueva, y
lagartijas.
Horacio Quiroga
Llegado a este punto, tomó el sueño un camino diferente, pero después de una corta digresión tornó a las
lagartijas y mostró a Delboeuf dos nuevos animalitos de este género que habían acudido a los restos del helecho por él cortado.
Sigmund Freud
Luego, mirando en torno suyo, descubrió otro par de
lagartijas que se encaminaban hacia la hendidura de la pared,y, por último, quedó cubierta la calle entera por una procesión de
lagartijas, que avanzaban todas en la misma dirección.
Sigmund Freud
En efecto, una hermana del amigo en cuya casa se hallaba había visitado a Delboeuf en el curso de su viaje de bodas, dos años antes del sueño de las
lagartijas, o sea, en 1860, y le había mostrado aquel álbum, que pensaba regalar, como recuerdo, a su hermano.
Sigmund Freud