Moribundos, y en una gran hipérbola de magia, a una sola voz, lanzaron rayos que se veían como hipotenusas brillantísimas sobre la humanidad, pero para entonces ya dioses y faraones se habían convertido en momias.
Con razón decían los de gusto más selecto del barrio que era Dolores entre las hembras de más tronío, lo que entre los luceros la luna; que tenía nuestra heroína por obra y gracia del Altísimo, como soles los ojos, los labios como la grana, los dientes como de marfil, oval el semblante, como la endrina de negro el pelo y más anillado que una tumbaga, y un cuerpo capaz de hacer levantarse de su sepultura a las momias del sexo viril que nos legaran los dignísimos faraones.
A los sabios de entonces, como más tarde a Napoleón I, los retrajo de semejante empresa el fracaso del canal proyectado por los
faraones, y del cual se conservan vestigios entre un océano de arena.
Pedro Antonio de Alarcón
Lolo, rodeado, aclamado por un pueblo de ladrillosas criaturas, ceñido por los brazos desnudos de la esposa, con la cabellera despeinada y revuelta, brillador el mirar y cubierto de sangre el ropaje, espejeado el cuchillo por la nocturna luz, y el rival apuñalado ante sus plantas, revivía las imágenes bravamente bellas de los capitanes de Ramsés, de los que impusieron al África el señorío de la invencible Themis. Aquellos guerreros eran premiados por los Faraones y bendecidos por los sacerdotes egipcios.
La causa era grave, porque el gitano, sobre matar y herir a cinco o seis Faraones, más o menos auténticos, había hecho armas contra la Guardia civil en el trance de la captura.
Y como el hombre para ser feliz necesita apoyar sus esperanzas en una mentira metafísica, ellos robustecerían el clero, instaurarían una inquisición para cercenar toda herejía que socavara los cimientos del dogma o la unidad de creencia que sería la absoluta unidad de la felicidad humana, y el hombre restituido al primitivo estado de sociedad, se dedicaría como en tiempos de los
faraones a las tareas agrícolas.
Roberto Arlt
-Mira, hermana, mi amigo es tan rico y abundan tanto en su casa los objetos de toda laya, que lo mismo que aparece como indostaní en la fotografía, hubiera podido aparecer griego del tiempo de Pericles, magnate egipcio de la época de los Faraones o de los Ptolomeos, Mirza contemporáneo de Hafiz o señor feudal del siglo de la primera cruzada.
La nación se parece a aquel inglés loco de Bedlam que creía vivir en tiempo de los viejos faraones y se lamentaba diariamente de las duras faenas que tenía que ejecutar como cavador de oro en las minas de Etiopía, emparedado en aquella cárcel subterránea, con una lámpara de luz mortecina sujeta en la cabeza, detrás el guardián de los esclavos con su largo látigo y en las salidas una turbamulta de mercenarios bárbaros, incapaces de comprender a los forzados ni de entenderse entre sí porque no hablaban el mismo idioma.
Pero, sin apurar el revelador de Dios las iras de los Faraones egipcios, y el revelador de la conciencia el odio de los idólatras griegos, y el revelador del Verbo la enemiga de los fariseos judíos, y el revelador del cielo la persecución de los inquisidores romanos, y el revelador de la tierra la hiel de los sabios salmantinos, ¿cuándo se hubiera escrito en la historia el poema inmortal de los humanos progresos?
En vano le buscaréis en la tierra de los Faraones, donde se levantan aquellos gigantescos sepulcros, cuyos cimientos se amasaron con el sudor y con la sangre de naciones vencidas y sujetas, y que publican con elocuencia muda y aterradora que aquellas vastas soledades fueron asiento un día de generaciones esclavas.
«¡Y todo esto -suspira el loco- me lo han impuesto a mí, a un ciudadano inglés libre, para sacar oro para los antiguos faraones!» «¡Para pagar las deudas de la familia Bonaparte!», suspira la nación francesa.
Sabido el objeto del álbum, cualquiera puede conocer la causa a que debe su origen: el orgullo del hombre se empeña en dejar huellas de su paso por todas partes; en rigor, las pirámides famosas ¿qué son sino la firma de los
Faraones en el gran álbum de Egipto?
Mariano José de Larra