¿A esto llamáis bonito? ¡Ni siquiera hay
estercolero! Prosiguió su camino y llegó a la sombra de un alhelí, por el que trepaba una oruga.
Hans Christian Andersen
Esa biota, o nagena, o berenjena, o como ustedes quieran llamarla, ese tesoro en fin, lo he tenido yo por espacio de muchos años en mi casa, hasta que en la última enfermedad de mi padre se inutilizó, no sé por qué accidente, y arrojé los cascos en este
estercolero.
Gustavo Adolfo Bécquer
Aquel al que le gustaba echar a una mujer por la ventana sobre un estercolero, de quien habló la Martaine, ejecuta lo que vamos a ver, como segunda pasión: deja acostarse a la prostituta en una habitación que ella conoce y de la que sabe que tiene la ventana muy baja; se le administra opio y en cuanto está bien dormida se la transporta a una habitación igual a la suya pero cuya ventana es muy alta y da sobre agudas piedras, luego se entra precipitadamente en la habitación provocándole gran terror.
El corral estaba separado de otro por una valla. En el segundo había un
estercolero, y en éste crecía un gran pepino, consciente de su condición de hijo del estiércol.
Hans Christian Andersen
Salió un tanto ronco, sin elegancia. Y las gallinas y polluelos se subieron al
estercolero, y el gallo se acercó a pasos gallardos.
Hans Christian Andersen
Propagaba sucias calumnias acerca de la Internacional y la Comuna de París.- 276 y demás órganos del estercolero, cuyas inmundicias contra el Consejo General reprodujo.
Por el hueco de los setos se percibían en las casuchas algún cochino en un estercolero, algunas vacas atadas frotando sus cuernos contra el tronco de los árboles.
Aquel era el instante de su eyaculación; su moral estaba excitada por los actos precedentes y su físico no se excitaba más que con el ímpetu de la caída, así que su semen no manaba nunca sino sobre el estercolero.
-¡Cada cosa en su sitio! -exclamó-. ¡El tuyo es el
estercolero! -y soltó una carcajada, pues el chiste le pareció gracioso, y los demás le hicieron coro.
Hans Christian Andersen
Pero al escarabajo le disgustaba aquella familiaridad, y preguntó si por casualidad no había un
estercolero por las inmediaciones.
Hans Christian Andersen
Sin saber cómo llegaron a juntarse en el Gran Consejo de Siké como las langostas en una trampa, o los camarones en un remanso, o las moscas en un estercolero, o los penitenciarios en una cárcel, o los pecadores en el Infierno, o Cielo negro; sin saber cómo llegaron a juntarse en el Consejo, pordioseros, tránsfugas, oradores, criminales, hombres de ciencia, sacerdotes de Buda, bellacos, traidores, mudos, tramposos, deshonestos; había allí quienes huyendo de la justicia se habían acogido bajo el artesonado del Consejo, como los mirlos bajo los duraznos en flor; los había leprosos de cuerpo y de alma; los había que vendían sus votos por un puñado de arroz, o por un yen; los había, en fin, que no teniendo qué vender, vendían a sus compañeros.
No sale de esta casta un marqués de Sade, que en su vejez venerable suelta con voz dulce una ordure « avec une admirable politesse » (15). Nuestras mozas de partido no son de la casta de las Manon Lescaut y Margarita Gautier, rosas de estercolero.