Una fuente importante —aunque parcial— para el conocimiento de esta época y sus personajes son las memorias de algunos escritores contemporáneos, muchos de ellos bohemios o descarnados detractores como Rafael Cansinos Assens (La novela de un literato o su novela autobiográfica Bohemia).
Se encuentra en los márgenes de caminos, taludes descarnados, baldíos y terrenos removidos algo húmedos y nitrificados, indiferente edáfica; a una altitud de 0-1700(2100) metros en el NW de la cuenca mediterránea –E de la Península Ibérica, SE de Francia, NW de Italia, Córcega y Baleares–, dudosa en el Gran Atlas.
Al oir estas palabras, pronunciadas con esa enérgica entereza que sólo pone el cielo en boca de los mártires, Daniel, ciego de furor, se arrojó sobre la hermosa hebrea y derribándola en tierra y asiéndola por los cabellos, la arrastró, como poseído de un espíritu infernal, hasta el pie de la cruz, que parecía abrir sus
descarnados brazos para recibirla, exclamando al dirigirse a los que los rodeaban: —Ahí os la entrego; haced vosotros justicia de esa infame, que ha vendido su honra, su religión y a sus hermanos.
Gustavo Adolfo Bécquer
Pero era en las horas de sol, en aquel mar de cristal azul, viendo allá bajo, a través de fantástica transparencia, las rocas amarillas con sus hierbajos puntiagudos como ramos de coral verde, las conchas de color rosa, las estrellas de nácar, las flores luminosas de pétalos carnosos estremeciéndose al ser rozados por el vientre de plata de los peces; y ahora estaba en un mar de tinta, perdido en la oscuridad, agobiado por sus ropas, teniendo bajo sus pies ¡quién sabe cuántos barcos destrozados, cuántos cadáveres descarnados por los peces feroces!
Cuando los huesos sientan el calor de nuestro líquido vital, se convertirán en un hombre y en una mujer que pronto tendrán una abundante descendencia. Por esto, hermanitos queridos, manitos, decidamos quién de nosotros irá a los oscuros parajes de los descarnados.
Al oír estas palabras, pronunciadas con esa enérgica entereza que sólo pone el cielo en boca de los mártires, Daniel, ciego de furor, se arrojó sobre la hermosa hebrea y derribándola en tierra y asiéndola por los cabellos, la arrastró, como poseído de un espíritu infernal, hasta el pie de la cruz, que parecía abrir sus
descarnados brazos para recibirla, exclamando al dirigirse a los que los rodeaban: -Ahí os la entrego; haced vosotros justicia de esa infame, que ha vendido su honra, su religión y a sus hermanos.
Gustavo Adolfo Bécquer
Como los polluelos que, percibiendo de improviso el rápido descenso del gavilán, corren lanzando pitíos desesperados a buscar un refugio bajo las plumas erizadas de la madre, aquellos grupos de mujeres con las cabelleras destrenzadas, que gimoteaban fustigadas por el terror, aparecieron en breve bajo los brazos
descarnados de la cabria, empujándose y estrechándose sobre la húmeda plataforma.
Baldomero Lillo
Tantas veces había escuchado de labios de su patrón y de todos los demás que trabajaban en el taller donde hacía ya más de cinco años se desempeñaba como aprendiz, aquellos comentarios burlones, maliciosos,
descarnados y bestiales, que Adolfo se inquietaba al oirlos.
Antonio Domínguez Hidalgo
Así le ocasionaron la muerte entre los tormentos de una lenta agonía, devorando su carne y sus entrañas hasta dejar los descarnados huesos, quedando un esquelelo de repugnante blancura pegado al árbol.
Es triste oír de una péndola El compasado caer Como se oyera el rüido De los descarnados pies De la muerte, que viniera Nuestra existencia a romper; Oír su golpe acerado Repetido una, dos, tres, Mil veces, igual, continuo Como la primera vez.
Lo primero que me chocó en aquella que denominaré mujer fue su elevadísima talla y la anchura de sus
descarnados hombros; luego, la redondez y fijeza de sus marchitos ojos de búho, la enormidad de su saliente nariz y la gran mella central de su dentadura, que convertía su boca en una especie de oscuro agujero, y, por último, su traje de mozuela del Avapiés, el pañolito nuevo de algodón que llevaba a la cabeza, atado debajo de la barba, y un diminuto abanico abierto que tenía en la mano, y con el cual se cubría, afectando pudor, el centro del talle.
Pedro Antonio de Alarcón
El hambre, la miseria, espectros repugnantes que siguen nuestros pasos prontos a lanzarse cual asqueroso reptil sobre el incauto e imprevisor viajero de la vida, para extrujarlo entre sus descarnados y mugrientos brazos y no soltarlo jamás...