La pobre mulata, cuya fatal belleza fue la causa de la tragedia, partió una hora después para Lima, y tomó el hábito de donada en el monasterio de las
clarisas.
Ricardo Palma
Y Mariquita, recordando el latín que había oído al capellán de las
clarisas, le contestó rápidamente: ::-Tristis est anima mea, ::hasta que la saya vea.
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Así se restableció la calina en al claustro de las
clarisas, donde las muchachas festejaron el desenlace del tenido capítulo cantando: ::¡Vítor la madre Leonor!
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En el siguiente siglo las mismas
clarisas, que tan a pechos tornaron la defensa de los privilegios del provincial franciscano, se encargaron de justificar al Sr.
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Negociadores van, negociadores vienen, cediendo un poquito el obispo y concediendo mucho Muchotrigo, se convino en que el 18 de diciembre eligieran las
clarisas abadesa a su contentillo.
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Tal fue el origen del monasterio de Santa Clara de Guamanga, y del que años más tarde salieron monjas para la fundación de
clarisas en Trujillo.
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Cuentan del tal muchos cronistas que siempre que fundía una campana para la catedral o para los conventos de la Merced, San Francisco, Santo Domingo, San Agustín, beletmitas,
clarisas o carmelitas de Trujillo, llevaba a su hijo Carlos Marcelo a la boca del horno y le decía: ::«Estudia, estudia, Carlete, ::que, pues obispo has de ser, ::mis campanas te han de hacer ::sonsonete y repiquete».
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Pero esto merece capítulo aparte. El 9 de diciembre de 1786 era el día señalado para que las
clarisas de Trujillo procediesen a la elección de superiora.
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Decíase que él acaudalado agricultor don Remigio Jáuregui, personaje que en 1839 figuró mucho como diputado en el Congreso de Huancayo, había, en la noche, escalado el monasterio de las clarisas y robádose á sor Manuelita G monja que era, para quien no fuese un mililoto, todo lo que se entiende por bocado de cardenal.
Por su parte los cuatro prelados excomulgaron también al Obispo, fundándose en que su ilustrísima no había tenido de- recho para entrar en el monasterio de las clarisas, sin previa licencia del guardián de San Francisco bajo cuya jurisdicción estaban esas monjas.
Sin embargo, no (jueremos dejar en el tintero un par de vi- llancicos que en ciertas fiestas se cantaban en los claustros. Las clarisas tenían éste: Vítor, vítor las llagas de nuestro padre San Francisco!
El hijo de doña Rosa entró entonces en posesión del título y hacienda de su padre; y la altiva limeña, libre ya de escribanos, procuradores, papel de sello y demás enguinfingalfas que trae consigo un litigio, terminó tranquilamente sus días en los tiempos de Abascal, sin poner pie fuera del monasterio de las
clarisas.
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