Cuando tropecé con él andaba descalzo, su turbante era un trapo indecente y su
chilaba hubiese avergonzado a un mendigo del Zoco.
Roberto Arlt
Secretamente pensaba en renunciar a la religión musulmana, en cambiar la
chilaba, las babuchas y el fez por un correcto traje europeo y un hongo discreto, y abandonar a su familia para ir en seguimiento de Enriqueta Dogson.
Roberto Arlt
Que el primo Guillermo se percató de ello lo demuestra el hecho que sin ningún pudor se arrodilló delante de Taman, y tomándole la
chilaba, le dijo: -Escúchame, honorable hermano mío...
Roberto Arlt
Primero descubriría a los contrabandistas, si podía, y luego vería el Alto Comisionado. El Susi echó la mano al bolsillo interno de su
chilaba y extrajo un periódico de la mañana.
Roberto Arlt
Ibu Abucab comprendió que su visitante pertenecía a la aristocracia indígena, pues su
chilaba era de muy fina lana, y de su espalda colgaba una capa con capucha revestida de seda.
Roberto Arlt
Se ataviaba con una
chilaba gris, tan andrajosa, que hasta llegaba a inspirarles piedad a las miserables campesinas del aduar de Mhas Has.
Roberto Arlt
Hacía algunos años, los dos compinches, entre las nieves del Himalaya, aturdieron a palos a un espía prófugo de la policía in-glesa. Inútil que, intentando defenderse, el fugitivo tomara por la
chilaba a Mahomet, al adivinar sus ladrones propósitos.
Roberto Arlt
¡Mardan Bey, primer ministro! Abdalá el Susi, parsimoniosamente, volvió a doblar el periódico en ocho dobleces y se lo guardó entre el pecho y la
chilaba.
Roberto Arlt
A través de la tela de su
chilaba sentía que la temperatura de aquella mano tan ardiente se iba filtrando a lo largo de su ser como un filtro de aborrecida y ansiadísima debilidad.
Roberto Arlt
Prosiguió el "jefe de la conversación": -Entonces comenzaron a desnudarme, y me despojaron de mi hermosa
chilaba negra, porque yo en aquellos tiempos tenía una muy fina
chilaba negra que me había...
Roberto Arlt
Se detuvo, abrió la portezuela; cuando puso el segundo pie en el suelo, un palo cayó sobre su cabeza; cuando despertó estaba amarrado de pies y manos; dos hombres cubiertos por el capuchón de la
chilaba, con gruesas barbas hasta los pómulos, le miraban en silencio.
Roberto Arlt
Estalló un curtidor: -Maldito hablador. Deja en paz tu
chilaba. Cuéntanos lo que te pasó en el interior de la casa. Pacientemente, continuó el ciego: -Los vuestros son paladares de asnos, no de gacelas.
Roberto Arlt