-¡Pos que se alivie u que se muera u que se lo lleve el río! A mosotras qué nos importa-exclamó ésta mirando con ojos centelleantes al recién llegado.
La princesa dio grandes gritos al zambullirse en el agua y agitó las manos, adquiriendo la figura de un enorme cisne negro de ojos
centelleantes; a la segunda zambullidura salió el cisne blanco, con sólo un aro negro en el cuello.
Hans Christian Andersen
Que al bélico redoble No sienta el pecho noble Con júbilo latir? Mirad
centelleantes, Cual nuncios ya de gloria, Reflejos de victoria Las armas despedir.
José de Espronceda
Entretanto huían las horas, y bajo las arcadas de cal y ladrillo la máquina inmóvil dejaba reposar sus miembros de hierro en la penumbra de los vastos departamentos; los cables, como los tentáculos de un pulpo, surgían estremecientes del pique hondísimo y enroscaban en la bobina sus flexibles y viscosos brazos; la maza humana apretada y compacta palpitaba y gemía como una res desangrada y moribunda, y arriba, por sobre la campiña inmensa, el sol, traspuesto ya el meridiano, continuaba lanzando los haces
centelleantes de sus rayos tibios y una calma y serenidad celestes se desprendían del cóncavo espejo del cielo, azul y diáfano, que no empañaba una nube.
Baldomero Lillo
Sus ojos se encontraban a menudo con los del desconocido, que lucían de una manera extraordinaria. Eran exactamente los ojos de un gato, algo vidriosos, iluminados por dentro, centelleantes e inquietos.
Cuando abrió la puerta encontró la habitación repleta de objetos centelleantes, toda una serie de 177 obras de arte que rodeaban un trono central.
-Señores -exclamó, centelleantes los ojos-, permítanme presentarles al señor Jefferson Hope, el asesino de Enoch Drebber y Joseph Stangerson.
-¿Qué si te ha tocao la lotería? -volvió a preguntarle Joseíto con voz trémula, al par que la miraba con ojos centelleantes. Rosario se serenó al punto, y dirigiéndose hacia la ventana, díjole a su novio con acento afable: -¡Ah!, que eres tú.
Ligero y como fluido, su cuerpo no le pesa; flota apaciblemente en una atmósfera de oro y luz, hecha de las partículas de los cirios, que se derraman ardientes y
centelleantes.
Emilia Pardo Bazán
-¿De verda? -exclamó éste como si pretendicra aprisionarla toda entera con sus ojos negrísimos y centelleantes. Pepa sintió que la sangre le subía a las mejillas, y posando la mirada en el alféizar, al que se entretenía en atar y desatar los picos del pañuelo de crespón que se atersaba sobre su arrogantísimo seno, murmuró con voz suave y dulcísima: -¡Vaya si es de verda lo que le digo!
¿No os admira que sean tantos, tan
centelleantes, tan remotos, que no se acerquen a nosotros jamás, mirándonos indiferentes desde la inmensidad fría?
Emilia Pardo Bazán
Armábase entre éstos el divino Aquileo: rechinándole los dientes, con los ojos
centelleantes como encendida llama y el corazón traspasado por insoportable dolor, lleno de ira contra los teucros, vestía el héroe la armadura regalo del dios Hefesto, que la había fabricado.
Homero