Los invitados llegaron temprano en coches (carricoches de un caballo), charabanes de dos ruedas, viejos cabriolets sin capota, jardineras con cortinas de cuero, y los jóvenes de los pueblos más cercanos, en carretas, de pie, en fila, con las manos apoyadas sobre los adrales para no caerse, puesto que iban al trote y eran fuertemente zarandeados.
¡Zás!, de repente, un barquinazo terrible; el caballo hundido hasta el encuentro; la rueda derecha hasta el eje en el barro, y la izquierda levantada; cruje el elástico; salta el lodo, entra el agua en la volanta, y si las leyes del equilibrio fueran ciertas ¡qué beso hubiera ido a dar el liviano vehículo, al carro volcado!, pero una palabra enérgica, un latigazo envolvedor y picante, un esfuerzo soberbio del rosillo, imponen a las reglas físicas, antes que hayan tenido tiempo de afirmar su imperio, un terrible mentís, y sigue rodando y balanceando, con campestre elegancia, su capota embarrada, el tílbury victorioso.
Pero, para él, siempre es la misma, y por todos lados, anda con ella, cruzando campo, sin reparar en vizcacheras, blandiendo en galopes y trotes atrevidos, su blanca capota, hecha, hoy, de lona, lo que le da, cuando voga en la inmensidad de la llanura, el aspecto de una vela en el mar; y los muchachos, por esto, le han dado al vehículo el poético nombre de «la paloma», que si bien de lejos es adecuado, desdice con el sonajeo terrible de herrajes destornillados, con que, de cerca, anuncia su presencia.
De repente un relámpago hizo una firma en una nube negra. Sobre la
capota del coche sonó el repique de unas gotas como monedas de a peso.
Alfredo Mario Ferreiro
La volanta de don Julián era efectivamente una gran cosa; liviana, aunque de cuatro ruedas y de seis asientos, pudiendo usarse con o sin capota, con dos caballos o con uno solo; de ruedas altas, para desafiar las grandes crecientes en los cañadones, y de elásticos reforzados, «de patente», para resistir, en tiempo de sequía, los más rudos socotrocos y los tumbos más traicioneros, en los caminos endurecidos.
El sol metía sus rayos por debajo de la
capota; el ambiente parecía impregnado de fuego, y el obligado contacto dentro del carruaje comenzaba a comunicarle el suave y voluptuoso calor de aquel cuerpo adorable...
Vicente Blasco Ibáñez
Tenía carita de loro; traje siempre lavado, con el corpiño abierto por detrás; pañuelo de yerbas en la cabeza, anudado bajo la barba a guisa de
capota, y alpargatas en chancleta; toda la viejecita muy aseada y correcta, si cabe corrección en la miseria.
Tomás Carrasquilla
Pasaron algunos coches con la
capota desplegada y la alta claridad de los arcos voltaicos, cayendo sobre los árboles, proyectaba en el afirmado largas manchas temblorosas.
Roberto Arlt
Avanza lentamente un matrimonio de viejos: dos seres pequeñitos, arrugados, trémulos, que se detienen un momento, respiran con avidez, gimen é intentan seguir adelante. Ella, vestida de negro, con una capota de plumajes roídos por la polilla, se muestra la más animosa.
En los días lluviosos acostumbraba a pasar las mañanas en su compañía. Bajo la
capota del carro, el Rengo improvisaba estupendas poltronas con bolsas y cajones.
Roberto Arlt
Su cuerpo era lleno de cicatrices; la caja, la capota, las ruedas, la lanza, los ejes, todo había sufrido mucho y acusaba las mil peripecias de los largos y penosos viajes por la Pampa; pero a don Ambrosio no le importaba el lujo; el rodado era bueno, y tenía la huella, es decir, la distancia de rueda a rueda que permite seguir, en el campo, por cualquier parte, el camino que serpea, caprichosamente trazado por las tropas de carros; y esto le bastaba.
El coche emprendió la marcha por la carretera de El Pardo arriba, y los esposos, con la cabeza reclinada en el paño azul de la tendida
capota, se espiaban sin mirarse, como abrumados por la situación y sin atreverse uno de los dos a ser el primero en hablar.
Vicente Blasco Ibáñez