Acostumbrábase a seguir a éste, a acompañarle, estar presente a sus oraciones, ya fuese en los tribunales, ya en las arengas al público; de suerte, que aprendía a oír las confutaciones, a verse en las competencias, y, digámoslo así, a pelear en batalla.
Del templo que edificaron por decreto del Senado a la Concordia en el lugar donde las sediciones y muertes tuvieron lugar Y mediante un elegante decreto del Senado, edificaron un templo a la Concordia en el mismo lugar donde se dio aquel funesto y sangriento tumulto, en el que murieron tantos ciudadanos de todas clases y condiciones, para que, como testigo ocular del merecido castigo de los Gracos, diese en los ojos de los que oraban y hacían sus arengas al pueblo y les escarmentase la memoria de tan lamentable catástrofe.
No lo dixo á sordos, que se quemó de oirlo el escribano, y le dixo: para mí no son menester tantas arengas, que sé donde me aprieta el zapato; y lo que apuntó la señora, lo tengo al cabo del trenzado: pero las razoncitas yo las guardaré como oro en paño.
A su muerte, cuando contaba con 82 años de edad, don Isidro había escrito 35 títulos, iniciando en 1915 con La Tristeza del Amo y Arengas Revolucionarias, y concluyendo en 1963 con El Plan de Guadalupe, de la Serie Documentos Históricos de la Revolución Mexicana.
Todos los diarios de la época relatan los términos de que se sirvió Duperron en sus
arengas: «Si un príncipe se hiciese arriano -dijo-, se estaría en la obligación de deponerlo.» Seguro que no, señor cardenal.
Voltaire
Fedro No, ¡por Júpiter!, no es precisamente eso; el arte de hablar y de escribir sirve, sobre todo, en las defensas del foro, y también en las
arengas políticas.
Platón
¿Es alguno que siga la carrera del foro y sobresalga por su elocuencia, o es de los que componen arengas para que otros las pronuncien?
–Sin embargo, me imaginaba que era esta la ciencia, que hacía mucho tiempo buscábamos, porque a decir verdad, Clinias, siempre que hablo con los oradores, los encuentro admirables y su arte me parece divino; lo considero como una especie de encantamiento, porque así como por la virtud de los encantos se dulcifica el furor de las víboras, de las arañas, de los escorpiones, de otros animales venenosos, y el de las enfermedades, las arengas tienen igualmente fuerza de calmar el ánimo de los jueces, de los oyentes, de las asambleas y de la multitud; ¿no es este tu parecer?
Cuando tomó posesión de su magistratura, lanzaba continuamente arengas desde la tribuna, en las que censuraba el Senado tan enérgicamente como contenía a la plebe.
¿Qué necesidad hay de larga arengas al pueblo, cuando acerca de la República no deliberan muchos, ni la plebe poco instruida, sino uno, el más sabio?
–¿Por qué? –Porque he visto a estos oradores servirse tan mal de sus arengas, como los constructores de instrumentos de sus liras.
Más parecieron sus escritos una recopilación de materiales y fragmentos descosidos, una copia selecta de
arengas verosímiles que una historia razonada.
Mariano José de Larra