Noche y día llevándote conmigo, ídolo de mi fe por donde quiera tú fueras siempre de mi amor testigo, tú de mi soledad la compañera, tú en mi desolación mi único amigo.» Y fijando tristísima mirada en el despojo yerto, quedó su alma un instante anonadada en la duda por nadie penetrada del porvenir incierto.
Hoy cabalmente vinieron a visitarla, y desde que se fueron hasta ahora ha permanecido hincada en la capilla, como anonadada por una meditación sin fin.
Cualquier golpe de Orlando arnés o malla o raja o rompe o abre o bien cerena. Angélica invisible a la mirada, contempla aquella escena anonadada.
Tornarse invisible... Desaparecer en la rugiente calzada entre alaridos lastimeros... Se encontraba
anonadada... ida... Como autómata emprendió el retorno.
Antonio Domínguez Hidalgo
del homenaje de nuestra perpetua gratitud por la heroicidad sin ejemplo con que ha sabido restablecer la libertad de la patria, anonadada por tantos años.
Otra cosa es el nombre correspondiente a mis años, y sin duda a mi cuerpo, pues la vejez es el nombre de la edad cansada, no de la edad anonadada: cuéntame entre los decrépitos, los que tocan a su fin.
Anoche, hablando con el arcángel Miguel, preguntaba: «~,Qué será de aquellos perdidos?» Eva quedó como
anonadada por tanto honor.
Vicente Blasco Ibáñez
El corazón encierra en sí todas las virtudes, pero también todos los vicios, los cuales pueden germinar y crecer, hasta en la tierra más estéril. Todo esto estaba encerrado en los pensamientos de Ana Isabel.
Anonadada, cayó al suelo y continuó un trecho a rastras.
Hans Christian Andersen
Rafael estaba ya frío y la sangre coagulada cubría sus vestidos y formaba en el suelo una charca; lo desató con cuidado, y lo acostó en el suelo; después con amantes manos levantó el cabello que cubría su frente; tenía los ojos abiertos y vidriosos; depositó la cabeza sobre su regazo y lo llamó varias veces; pero viendo que no se movía, fijó los ojos en él y quedó como anonadada.
Ella se vio anonadada por una angustiosa piedad durante mi relato, y, aunque había soltado una de sus manos, no intentó liberar la otra de mi mano, viendo, sin duda, cuánto bien me hacía tenerla.
El amante recompensará a su parisiense que le mostrará orgullosamente un hermoso brazo acardenalado, cada una de cuyas venas será bañada de lágrimas y curada con besos y con placer; mientras que Carlos no debía conocer nunca el secreto de las profundas agitaciones que destrozaban el corazón de su prima, anonadada a la sazón bajo el peso de la mirada del antiguo tonelero.
Estoy asombrada. Me tienes
anonadada con esta tremenda idea y aunque en el cuento sea fea, con la fortuna ganada voy a ser muy galanteada.
Antonio Domínguez Hidalgo