Huir del martirio sería una tontería dada la veneración a los mártires, los monjes practican el "martirio incruento" con el ascetismo -- Hay otra forma de monasticismo posterior, que se encuentra generalmente en Oriente, que se llama skete.En Occidente hay monjes semi-anacoretas, entre cenobitas y ermitaños, como los cartujos y los camaldulenses.
Existe una doble opinión en lo que a su estado de vida se refiere: la de los que afirman que Dídimo quedó siempre seglar, casado y padre de familia, basados en el De Trinitate, 3,1 y la que sostiene que vivió una vida casi eremítica, retirado a las puertas de Alejandría con otros numerosos anacoretas.
En esos momentos de angustia e incertidumbre, tanto el rey como el obispo favorecen a los anacoretas del monte Ilicino (el Pico Sacro) para que asistan a sus gentes con oraciones y plegarias.
Esto significa que los cenobitas estaban en contacto con otras gentes mientras que los eremíticos no eran muy sociables, sólo juntándose para orar ocasionalmente. Los cenobitas fueron también diferentes de sus predecesores, los eremitas o anacoretas, en sus viviendas.
Cuando en 1587 tuvo lugar la reducción de hospitales, el de San Hermenegildo quedó en poder de su hermandad, que crearon en él dos casas para alquilarlas. Dada la santidad del sitio, algunos sacerdotes y devotos se instalaron allí para darse a una vida como penitentes o anacoretas.
Asimismo, en el Sacro Eremo en Camaldoli, fundado unos veinte años más tarde, había hermanos que eran distintos de los anacoretas y quienes se dedicaban por completo a las necesidades seculares de la comunidad.
El modelo inicial de eremitismo, propio de los anacoretas orientales del siglo III, tendría más tarde imitadores -aunque con reservas- en la vida monástica occidental.
Entre los siglos III e IV aparecieron los eremitas o anacoretas y, poco después, los monjes, dedicados, unos en solitario y otros en comunidad, pero apartados del mundo, a la plegaria y al cultivo de la perfección de la vida espiritual.
Una leyenda de la iglesia oriental cuenta que dos santos anacoretas se habían encarcelado voluntariamente durante algunas decenas de años en una isla desierta, aislándose además uno de otro y pasando día y noche en la contemplación y en la oración, habiendo llegado a tal punto que perdieron el uso de la palabra; de todo su antiguo diccionario, no habían conservado más que tres o cuatro palabras que, reunidas, no representaban sentido alguno, pero que no expresaban menos ante dios las aspiraciones mas sublimes de sus almas.
Son pobres pero contentos con su pobreza sin voluntad de poseer bienes temporales y por lo mismo humildes, exentos de orgullo, ambición, y codicia. Su comida es muy escasa y muy ordinaria, comparable con la que se nos cuenta de los santos anacoretas del desierto.
Todavía hoy hay una capilla edificada en honor de ellos en cada parte. Los dos anacoretas se tenían a la vista en sus devotos retiros, pero el río impedía la comunicación directa.
Lo otro sábese que ha habido muchos filósofos y anacoretas que, para vivir en castidad, se sacaban los ojos de la cara, porque comúnmente ellos y los buenos cristianos los llaman ventanas del alma, por donde ella bebe el veneno de los vicios.