Pedro Téllez Girón, duque de Osuna, virrey de Sicilia, en Mecina, cuando por la gabela de la seda se amotinó el pueblo y el rumor de las amenazas armadas confundían la ciudad, pudiendo seguir el ejemplo en semejantes sediciones de otros antecesores suyos, retirándose al castillo para asegurarse, se arrojó en un caballo solo y en cuerpo, con espada y daga, en el mayor hervor del tumulto: el cual, suspendido con resolución tan animosa, de tal manera reverenciaron al que aborrecían, granjeados de su valor, que mandándolos abrir las puertas, y las tiendas, recogerse y dejar las armas, fue pacífica y alegremente obedecido.
Y como para completar el marco de aquella elegancia, a fuerza, los muebles, hechos con maderas finísimas, combinaban con las cortinas de
seda oriental que engalanaban los ventanales de la enorme estancia.
Antonio Domínguez Hidalgo
Créame que en verdad lo siento... —y con el pañuelo de
seda sacado del bolsillo de la bata que llevaba puesta, se enjugaba el llanto.
Antonio Domínguez Hidalgo
I – QUIERE usted verlo –me había dicho mi amigo De Jacquels–, sea, consiga un dominó y un antifaz, un dominó elegante, de satén negro, cálcese unos escarpines, y, por esta vez, medias de seda negra también, y espéreme en su casa el martes hacia las diez y media; iré a buscarle.
ntre las hojas de laurel marchitas de la corona vieja que en lo alto de mi lecho suspendida un triunfo no alcanzado me recuerda, una araña ha formado su lóbrega vivienda con hilos tembladores más blandos que la seda, donde aguarda las moscas haciendo centinela, a las moscas incautas que allí prisión encuentran y que la araña chupa con ansiedad suprema.
El tendero recogió sus láminas de fondos públicos, y la criada, su mantilla de
seda, que se había podido comprar a fuerza de ahorros.
Hans Christian Andersen
La doncella abrochaba la falda de
seda rameada azul oscuro, y prendía con alfileres la pañoleta de encaje, sujeta al pecho por una cruz de brillantes y zafiros -el último obsequio de Revenga, traído de París-.
Emilia Pardo Bazán
¿Verdá tú? - ¡Ay sí! Se siente la divina garza envuelta en
seda. Se cree la María Félix. - También con ese negocio gana lo que quiere...
Antonio Domínguez Hidalgo
La única exigencia de Inesiña había sido casarse en el santuario; era devota de aquella Virgen y usaba siempre el escapulario del Plomo, de franela blanca y
seda azul.
Emilia Pardo Bazán
Qué requetebonita estaría ella con aquella falda de seda azul, con aquel mantón blanco y celeste ceñido de modo picaresco a su arrogante busto; con aquel collar en la redonda garganta, con aquellas arracadas de oro en lugar de los dos miserables aros de plata, cuya adquisición se remontaba a los tiempos en que casi andaba gateando.
Cuando el señor Cristóbal penetró al día siguiente en el pueblo jinete en su Careto, con las alforjas bien repletas de encargos y abierta la enorme sombrilla de seda roja para resguardarse del sol, variando el itinerario que tenía por costumbre seguir se dirigió hacia la calle donde Cloto vivía.
En un rincón, dos grandes figuras con blusas y tocadas con gorras de terciopelo, enmascaradas de satén negro, resultaban intrigantes por su sospechosa elegancia, pues su blusa era de seda azul pálido, y del bajo de sus pantalones demasiado nuevos asomaban finos pies de mujer enguantados de seda y calzados con escarpines; y, como hipnotizado, contemplaría aún aquel espectáculo si De Jacquels no me hubiera arrastrado al fondo de la sala hacia una puerta acristalada, cerrada por una roja cortina.