Su
pálido y amoratado rostro, su voz, su labio trémulo, mostraban el movimiento convulsivo de su corazón, la agitación de sus nervios.
Esteban Echeverría
Paco Cárdenas adivinó que el Sordina le disparaba al Maroto; se acordó del asedio que le tenían puesto las necesidades más perentorias de sus hijos encuerinos y casi hambrientos; de su María, casi aniquilada por la adversidad, y acercándose, pálido pero con reposada actitud, al Maroto, díjole a la vez que se hurgaba cortésmente el ala del amplio pavero: -¿Me permite usté dos palabras?
Sin cumplido o miramiento, sin detenerse un momento, con aire envarado y grave fue a posarse en mi portal, en un pálido busto de Palas que hay encima del umbral; fue, posóse y nada más.
Rosalía, sentada en una antigua butaca forrada de yute, contemplaba con pupilas en que la fiebre ponía un fuego abrasador la serena perspectiva; extendidos tonos violáceos circuían sus ojos, y las rosas de sus pómulos hacían resaltar los intensamente amarillos que habían sustituido los nacarinos con que en días más felices había dado envidia a los nardos de sus macetas; sus labios entreabiertos constantemente, ponían una mueca de dolor en su pálido semblante.
Al borde de aquel Sena taciturno y pálido, bajo los puentes cada vez más escasos, a lo largo de aquellos muelles planeados de grandes árboles delgados de ramas separadas bajo el cielo lívido como dedos de muerto, me sobrecogía un miedo irracional, un miedo agravado por el implacable silencio de De Jacquels; llegué a dudar de su presencia y a creerme junto a un desconocido.
Mirando a los que estaban sentados en él reconoció a sus parientes difuntos, con sus trajes de hechura antigua pero con el rostro
pálido.
los Hermanos Grimm
En un rincón, dos grandes figuras con blusas y tocadas con gorras de terciopelo, enmascaradas de satén negro, resultaban intrigantes por su sospechosa elegancia, pues su blusa era de seda azul pálido, y del bajo de sus pantalones demasiado nuevos asomaban finos pies de mujer enguantados de seda y calzados con escarpines; y, como hipnotizado, contemplaría aún aquel espectáculo si De Jacquels no me hubiera arrastrado al fondo de la sala hacia una puerta acristalada, cerrada por una roja cortina.
Lo rememoro en mi imaginación, que me atrevo a calificar de fotográfica, de cabeza proporcionada, rigurosamente peinado, frente amplia; su rostro pálido, a veces ceniciento, siempre bien rasurado, era triangular hacia la barbilla, boca ancha y nariz aguileña prominente; lo recuerdo con sus ojillos penetrantes detrás de sus lentes – no lo figuro sin ellos – de sólido armazón.
Carlos, que en barrio opuesto a aquel se halla, ignora el caso y el asedio atiende: acoge a Eduardo y a Amirano, que traen allí al ejército britano. Un escudero a él pálido y yerto se llega entonces casi desmayado: «¡Ay, señor, ay!
Parece estar solo. Su rostro,
pálido, el cuerpo, delgado; la mirada, triste; huellas de la orfandad, de la miseria y del hambre. Pide limosna a los risueños transeúntes de la opulenta calzada entre el murmurar callado de sus labios secos y violáceos: —¡Qué bonito!
Antonio Domínguez Hidalgo
Respondiéndole Sabi que cada uno de sus esclavos le costaba cien mil sextercios, le respondió Pero él estaba persuadido de saber todo aquello que sabía cualquiera de su casa. El mismo Satel•lio s dedicó a aconsejarlo para que se dedicase a las luchas, él, enfermo, pálido y frío.
(184) Al fin abrióse la puerta Y entró por ella embozado Un hombre pálido, armado De una espada y un baston; Sobre cuya negra ropa De seda á un cordon asido De su cuello suspendido Brillar se vía un toison.