Carvajal: -Conforme. La información está, se va a mantener reservada Pinochet: -Patricio, el avión con el cajón y se manda a enterrar a Cuba (...).
Es conveniente que consideremos que puede tener dos caminos: que lo enterremos aquí en forma discreta o lo llevemos a enterrar a Cuba o a otra parte.
Os ruego, pues, que salgáis garantes por mí cerca de Critón, pero de una manera muy contraria a como él quiso serlo para mí ante los jueces, porque respondió por mí que me quedaría; vosotros diréis por mí, os lo ruego, que apenas haya muerto me iré, a fin de que el pobre Critón soporte más dulcemente mi muerte y que al ver quemar o enterrar mi cuerpo no se desespere como si yo sufriera grandes dolores y no diga en mis funerales que expone a Sócrates, que se lleva a Sócrates y que entierra a Sócrates, porque es preciso que sepas, mi querido Critón, que hablar impropiamente no es sólo cometer una falta en lo que se dice, sino hacer daño a las almas.
Aunque se verifica cotidianamente, es curioso que -por necesario que parezca ocultar nuestros defectos y debilidades a la vista de otros- a menudo se descubre que un relato completo de nuestras acciones y nuestra conducta -escrito por la propia mano, inmutable e innegable- permanece en forma de diario íntimo: en un registro de hechos, fantasías y emociones que siempre tendríamos que haber estado ansiosos, y lo estábamos, por enterrar en el olvido.
El que enfermaba, aunque fuera de un dolor de muelas, cuando ciertos signos que éí apunta se hallasen de bureo en cierta casilla, no tenía otro remedio que mandar por mortaja y cajón, para hacerse
enterrar.
Ricardo Palma
Al referir todas estas cosas en su diario, Blake expresa un curioso remordimiento y habla del imperioso deber de enterrar el Trapezoedro Resplandeciente y de ahuyentar al ser demoníaco que había sido invocado, permitiendo que la luz del día penetrase en el enhiesto chapitel.
Un travieso Inuchacho fustigaba á un burro remolón, y tanto hubo de castigarlo, que el cachazudo cuadrúpedo perdió su genial calma, y le aplicó tan tremenda coz en el ombligo que lo dejó patitieso. Acudió gente, y con ella el boticario, quien declaró que no quedaba ya más por hacer que enterrar al difunto.
No es justo que haya hombres con 1 000 y 2 000 caballerías de tierra donde haya campesinos con siete hijos que no tengan un solo pedazo de tierra, que no tengan ni cuatro pies cuadrados de tierra donde lo vayan a enterrar (APLAUSOS).
(EXCLAMACIONES DE: “¡No!”) Aquí el que más reparto de tierra hasta ahora ha hecho es Batista, porque repartió muchos miles de varas cuadradas para enterrar a los infelices que asesinó.
Y no hay espectáculo que impresione más que el recuerdo de un hombre grande y fuerte y que al cabo de los años no vea usted más que una cajita donde lo tienen enterrado, producto del crimen, como los compañeros del “Granma” que fuimos a enterrar hace unos días: hombres fuertes, saludables y entusiastas que fueron asesinados después que los hicieron prisioneros, y que tuvimos que enterrarlos en cajitas de este tamaño.
Para ayudar un poco a la imaginación, alúmbrense con este tizón que tomo de la Gaceta: «Posesionadas las tropas de toda la ciudad, y apagado el incendio que se produjo en dos casas en la mañana de ayer, se procedió a enterrar los cadáveres; se llevaron los heridos a los hospitales, se recogieron las armas y se publicó un bando para que todas fueran entregadas en el término de tres horas».
El secretario, según tenía ya de costumbre, se dirigió a una persona de las que vio más cerca para enterarse y saber a quién llevaban a
enterrar.
Juan Valera