Iba a amanecer. Entonces oí claramente los mismos graves pasos, el mismo crujir de la escalera que había oído antes de dormirme. Me pareció extraño.
Yo sólo era un emisario, un humildísimo emisario. Fray Ambrosio me oprimía la mano hasta hacerme crujir los huesos. Yo volví a repetir: —No hablemos de ello.
El niño no supo qué responder. El hombre le cogió por un brazo y se lo oprimió brutalmente, rechinando los dientes de rabia, hasta hacerle crujir los huesos.
Mi mujer no levantó la cabeza. Cerrojos se sentó sobre el lecho mortuorio, haciéndole crujir de arriba abajo. Cinco minutos estuvieron sin hablar palabra.
-El frío es magnífico -respondió el hombre de nieve-. ¡Cuéntame, cuéntame! Pero no metas tanto ruido con la cadena, que me haces
crujir. -¡Fuera, fuera!
Hans Christian Andersen
Fija la mirada en la vivienda del ama de llaves, contemplaba la estufa sostenida sobre sus cuatro pies de hierro, tan voluntariosa como él mismo. -¡Qué manera de
crujir este cuerpo mío!
Hans Christian Andersen
¡Ah de vosotros si no imploráis misericordia al pie de los altares! Llegará la hora tremenda del vano
crujir de dientes y de las frenéticas imprecaciones.
Esteban Echeverría
Cumplido manto la emboza, Y aunque impedirlo procura La malla y los acicates Por debajo le relumbran, Y á cada paso se siente El crujir de la armadura, Cuyas piezas al moverse Se separan y se juntan.
del fatigado agricultor la frente, y allá a lo lejos el opimo fruto, y la cosecha apañadora pinta, que lleva de los campos el tributo, colmado el cesto, y con la falda en cinta, y bajo el peso de los largos bienes con que al colono acude, hace
crujir los vastos almacenes.
Andrés Bello
Sus ojos, negros y duros, parpadearon un momento; volviose hacia el interior del coche, y ordenó: -Baja. Un
crujir de seda, un espejear de reflejos de tafetán tornasol, el avance de un pie breve, de un chapín aristocrático...
Emilia Pardo Bazán
Gritos de muerte resonaban por todas partes, entre el crujir de los techos que se desplomaban, de los balcones que se desprendían y de las puertas que caían con estrépito.
Oí
crujir de faldas, y creí que iba a saludar a la dueña; pero no era sino una doncella muy correcta y grave, una dueña más bien, que de buenas a primeras me espetó: -La señora suplica que la dispense usted si no baja, y le ruega que almuerce aquí.
Emilia Pardo Bazán